¿Cómo te sentirías si una persona tratase de apelar a tu amor diciéndote: "No significas nada para mí. No me importa si vives o mueres, pero tú me necesitas a mí y por eso te amo"? ¿Qué responderías a una petición de matrimonio del tipo: "Quiero casarme contigo por tu propio beneficio; no tengo ningún interés personal en ello, pero soy tan altruista que quiero que te cases conmigo solo por tu propio bien"?
Si alguno de los casos te suena a exageración, recuerda que esas son exactamente las consecuencias lógicas y finales de amar siguiendo premisas como "el amor está por encima de todas las cosas, incluso del interés personal" o "el amor es ciego" o "el amor es incondicional" o "el amor es desinteresado" o "el amor está por encima de la razón". Amar de esa forma compete a personas sin autoestima, código moral o, más frecuentemente, personas que fallan a la hora de identificar sus vivencias. Pero no encaja dentro de la descripción de amor romántico -como punto de partida, vuelvo a remitir a los errores de interpretación en torno al Romanticismo, a saber (muy en resumidas cuentas): el error de confundir antecedentes con consecuentes, que hizo a los estudiosos ceñirse al rasgo más claro, a simple vista, de los románticos: los sentimientos (pero, al contrario de lo que se piensa, no los sentimientos como un único primario e irreductible, sino como respuestas a valores).
Ante todo, tengo que decir que el amor romántico es una emoción propia y adecuadamente egoísta (egoísmo racional, más concretamente; se suele atacar al egoísmo irracional, si bien hoy día esta distinción no se emplea): amas a una persona porque él o ella representa un valor para ti, porque contribuye a tu felicidad personal. Es egoísta porque esperas de la otra persona un pago, una compensación por esa felicidad que le otorgas. ¿Cuál es la moneda de cambio en el amor? La virtud. Puedes aceptar los defectos de una persona, pero decides permanecer a su lado si, a la hora de hacer balance, lo bueno supera a lo malo. Amas a otra persona por sus virtudes, no por sus defectos, y solo si sus virtudes hacen que sus defectos sean, en comparación, insignificantes o irrelevantes. Amas a otra persona en la medida en que te ves reflejado en ella, en esa constitución abstracta, en esa corporización de los valores que dan forma a su carácter. En definitiva: te enamoras de ti mismo -o lo que más se asemeja a ti- encarnado en otra persona. La sensación que produce contemplar a la persona amada se puede traducir por "Esto soy yo".
Por otro lado, para que pueda darse una relación romántica es necesario el juicio de valores más despiadado por parte de los amantes, la búsqueda más implacable e incansable de la propia felicidad. Solo así es posible que uno mismo identifique sus ideales y motivaciones, sepa en qué consiste su personalidad y, en consecuencia, pueda advertir esos mismos atributos en otra persona. Requiere, a su vez, que el valor personal de uno mismo despierte en otra persona ese reconocimiento íntimo que, dependiendo de hasta qué punto dicho reconocimiento constituya un reflejo de tu persona en el ser amado, desembocará en un amor de una u otras características (teniendo en cuenta que podemos elegir nuestro propios valores, prioridades y, al mismo tiempo y para ello, efectuar juicios morales, tengo que concluir que el amor puede ser, en cierto sentido, medido; por mucho que uno se empeñe en negarlo, lo cierto es que no tratamos a todo el mundo de la misma forma y, por tanto, hay escalas de valor, tanto para el amor como para la amistad). No funciona al revés: el amor (el ser amado, en este caso), por sí mismo, no puede otorgarte valor personal -vuelvo al viejo error de confundir causa con efecto-.
Como ya mencioné, el amor romántico va íntimamente ligado a los valores personales: uno elige los valores que desea alcanzar y posteriormente establece los pasos que habrá de dar para alcanzarlos. Una persona que elija su sentido de la vida, su filosofía, de manera inconsciente -o predominantemente inconsciente-, absorbiendo ideas convencionales y eslóganes populares que le rodeen, acoplándose a convenciones sociales indemostrables que perduran por mera omisión y/o tradición, elegirá (aunque llegados a este punto, probablemente le de la sensación de no estar haciéndolo) a sus parejas sentimentales en consecuencia: de forma irreflexiva, súbita, a base de "flechazos". Una persona que ama de manera romántica -esto es, consciente y deliberadamente orientado a la valoración objetiva de las virtudes- se enamora de sí misma o de la mejor aproximación que encuentre (este proceso es aplicable no solo a personas sino también a obras de arte, trabajos u objetivos, en tanto estos constituyen una suma metafísica identificable; sin embargo, opino que su mayor expresión se da al amar a otra persona). Una persona que no tiene valores claramente definidos y carece de carácter moral no es capaz de apreciar a otra persona y, por ende, amarla. El amor romántico es una respuesta a valores. Uno se enamora de la suma esencial, de la postura fundamental y de la actitud hacia la vida -todo lo cual constituye su personalidad- de otra persona.
La confusión, el miedo y las desilusiones propias del amor convencional surgen a raíz del hecho de que el amor es la expresión de una suma filosófica subconsciente, y rara vez un hombre traduce su sentido de la vida en términos conscientes. Es posible que ningún aspecto de la vida humana necesite con tanta urgencia el poder consciente de la filosofía, ya que la respuesta emocional ante el alma (como sinónimo de mente, de conciencia) o lo que podemos identificar del alma de una persona es automática y difícil de discernir, no digamos separar en componentes y etapas.
Cuando las personas atacan esta postura y aseguran que el amor es más bien un asunto "del corazón", no de la mente, que el amor es aleatorio y, además, dura "lo que dura" por causas de química cerebral, es del todo comprensible (pero no excusable). La razón es la que apunté más arriba: el reconocimiento emocional ocurre demasiado deprisa y casi todo el mundo lo toma como algo dado, como una vivencia indivisible y que existe (como abstracción) por sí misma. A menudo nos es suficiente un simple vistazo para que otra persona nos sugiera -y, en este ámbito, la mera sugerencia puede adquirir un poder tremendo- esa suma abstracta de virtudes que nos parece deseable, en la que nos vemos reflejados. Y es suficiente porque toda persona se descubre continuamente: en cada palabra, en el tono de voz, en la forma de moverse, de mirar, de colocar su cuerpo, inclusive -aunque yo diría que en menor medida- en su forma de vestir, etc. No hablemos ya del tipo de arte que consume o de sus objetivos personales. Entre todos esos atributos existe una conexión lógica que viene determinada por la personalidad de cada individuo (todo esto es cognoscible, es decir, es posible adquirir dicho conocimiento). Presenciar uno solo de dichos atributos puede sugestionarnos y hacernos extrapolar dicha característica al individuo al completo. Por esto se habla tanto de "amor a primera vista". (Dejemos de lado a psicópatas, actores neuróticos y mitómanos, aquellos que portan una máscara perpetua. Las excepciones no hacen la norma).
El amor no constituye un sacrificio: es la afirmación más íntima de tus propios valores y necesidades. Necesitas a la persona que amas porque ella contribuye a tu felicidad, y amar teniendo constancia de que ello te supone un beneficio sentimental porque otorgas un gran valor a esa persona, es el mayor elogio, el mayor homenaje que puedes rendirle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario