sábado, 7 de julio de 2012

Los vórtices y el amo del desierto

Lo que llevaba sospechando desde hacía varias semanas se ha confirmado hace poco: durante la noche se abren portales en mi calle y se crea una vorágine, siendo mi habitación el epicentro del horror.

No es de extrañar, no obstante; el Pulpo Harryhausen me observa constantemente con su rostro de sempiterno asombro, y la fuerza de esa mirada no es capaz de ser contenida por nuestro plano. Era solo cuestión de tiempo. Allá por donde voy no hay más que gaviotas de poderosos brazos, pulpos ancestrales, la diabólica risa de Mario VERGAS Llosa y el semblante demacrado e imprudente de Mussolini.

¡¡Quita eso que nos jugamos la vida!!

Hacer un compendio de lo monstruoso y los Antiguos sería temerario por mi parte. Si el tejido espacio-temporal de mi calle ha quedado ya prácticamente inerme, prefiero no imaginar qué sería del resto del planeta si me diese por reunir a todos los engendros que tan lamentablemente se han cruzado en mi camino a lo largo de los años. A todos aquellos que dicen "Absurdo", "Eso no tiene sentido", "Menuda estupidez", les digo todo eso +1. No les pido que comprendan el poder. Porque lo que estas bestias cósmicas rezuman constantemente es poder, ni más ni menos. Insisto: no puedo mostrarlas. Nos jugamos la vida en ello. La gaviota fue tan solo una excepción.


A lo que iba: ya dije una vez que esta ciudad cambia a altas horas de la madrugada, sobre todo aquellos días en los que las calles están desiertas. Es como Silent Hill pero sin niebla y sin la deliciosa presencia de Pyramid Head. Aunque, si bien los coches observan tus movimientos y el sheriff cubano sale de caza, en mi calle las cosas van dos pasos más allá. Observando por la única ventana de mi habitación, la oscuridad es absoluta e impenetrable. Ni la luz de las farolas o de otros edificios puede llegar hasta aquí. "La noche es oscura y alberga horrores", dijo la puta pelirroja de Juego de Tronos cuyo nombre no recuerdo. Aquí la noche es horrible y alberga más horrores todavía. Por la noche, las gárgolas se dejan escuchar, un hombre grita desde la calle "Hijo de puta", y me lo grita a mí (es imposible que me vea, habida cuenta de que estoy en un octavo piso; sin embargo, tres veces gritó "Hijo de puta", tres veces me señalé a mí mismo como diciendo "¿Me lo estás diciendo a mí?", y tres veces el tipo gritó a continuación "Sí, sí. No te hagas el loco". Demasiada casualidad y demasiadas pollas), y una valiente niña lucha contra el Capitán Garfio mientras brama "¡Lo pagarás, Garfio!". 


"Alástor me alertó de los inenarrables horrores que se cernirían sobre su calle. Debí escucharlo." - Conde Chócula, año 23455 A.C.
(Música triste) Ahora, el Conde Chócula ha perdido su castillo por no escuchar a Alástor. ¿De verdad crees que es justo que el pobre Chócula tenga que pasar por esto? Si esta mierda de mensaje te ha conmovido, realiza tu donación mandando un SMS con el texto POBRE CHOCULA al 1414. Se agradecerá cualquier contribución. Pero piensa que si no donas un porcentaje equivalente al 80% de tu capital total (como mínimo) estarás siendo un egoísta ególatra y presuntuoso. Es más generoso quien más dinero da con respecto a su capital total, etc.
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Cuántas vidas rotas por culpa de los portales. ¿Recordáis cuando la casa de Dorothy es absorbida por un tornado para ir a parar al país de Oz? No, no quiero decir que yo me ponga hasta el culo de crack por las noches. Me refiero a que mi habitación hace algo parecido, solo que sin tornado, sin moverse del sitio y sin llegar a ninguna tierra extraña. Simplemente cambia. Pero sin cambiar. Es difícil de explicar, pero el caso es que ocurre. A veces el mal pretende extenderse más de lo debido y hace que mis electrodomésticos me ladren. Mi frigorífico se transforma en un regenerador del Resident Evil 4, por lo que acercarse a la cocina es toda una prueba para la cordura humana. Cualquier día de estos necesitaré a Super Mega Muerte-Cristo 2000 para defenderme.

A una de estas, con el THC corriéndome por las venas (para qué negarlo) me quedé dormido de madrugada para despertar más de madrugada. En esas horas de sueño absurdo, tuve un sueño. En el sueño, yo iba en bici por un desierto. Iba tranquilo y sin tener que preocuparme por obstáculo alguno (estaba desierto, valga la redundancia). De repente, sin motivo aparente, me detengo y miro hacia el horizonte con pose épica. "Soy el amo del desierto", me dije. "Mis hijos heredarán este desierto y también mirarán el horizonte de forma épica. Su deber será cuidar este desierto, ni más ni menos". Perdido en mis pensamientos, no me doy cuenta de que tengo a un anciano al lado. Está justo a mi lado, y me dice "Quítate, estás en medio". Tan estúpido como que dos barcos choquen en alta mar o dos aviones colisionen en pleno vuelo. Pero aquel hombre quería pasar, y quería pasar justo por donde estaba yo. "Pero yo soy el amo del desierto", le dije, "y puedo estar donde me plazca". Todo ello sin pararme a pensar en lo estúpido de la situación, pues el anciano solo tendría que girar levemente para poder pasar, o yo dar un par de pasos hacia adelante o hacia atrás para dejar su preciado camino libre. Pero nadie quería dar su brazo a torcer. Él era un anciano de convicciones firmes que quería pasar por su camino. Y yo, claro, era el amo del desierto.

De repente, el anciano se transforma en una gigantesca barrita de incienso. Me arroja enormes trozos incandescentes de incienso mientras ríe de forma grotesca. "¡Detente!", grité. "¡Soy el amo del desierto!". Pero era inútil. La barra de incienso era demasiado grande y estaba repleta de odio, pues alguien le había impedido pasar por su camino. Mi destino no era otro que la muerte, la muerte para el amo del desierto. Lo último que pensé antes de despertarme fue que a lo mejor una cabeza de elefante podría ayudarme a defenderme del incienso. A día de hoy aún sigo dándole vueltas a ese concepto de vez en cuando, pero me parece que no tiene explicación y que es una chorrada aleatoria más que anida en mi mente y sale cuando menos me lo espero.

La moraleja de esta historia es que nunca le neguéis el paso a un anciano: nunca sabéis cuándo puede convertirse en barrita de incienso y zamparse vuestra alma.

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