lunes, 28 de mayo de 2012

El sueño más bizarro de mi vida

Los que me conocen saben que las pesadillas suelen acosarme con bastante frecuencia. Por tanto, no es de extrañar que de vez en cuando sueñe cosas que rozan lo absurdo y lo perturbador. Pero hace ya unos años -y el tiempo no me ha hecho olvidar ni un solo detalle de lo que voy a relatar- tuve lo que me atrevería a calificar como la experiencia onírica más bizarra de toda mi vida. No recuerdo mis circunstancias personales de aquel entonces; no recuerdo si se debió a una época de gran presión o frustración, o si sencillamente fue fruto de la casualidad y mi subconsciente decidió regalarme unos minutos inolvidables mientras dormía.

¿Conoces el cuadro Relativity


 Seguramente ya lo conocías, pero pongo la imagen por si acaso. Pues bien: el sueño empieza en un escenario similar al cuadro, pero de alfombras, techo y paredes de color rojo chillón. En un principio me sentía desorientado; ¿qué hago aquí? ¿Esto es real? Lo que viene a ser un sueño, en fin. Durante unos minutos anduve curioseando por aquella extraña estructura de ventanas, puertas y escaleras imposibles. Al ser un sueño, la percepción del tiempo variaba notablemente, por lo que no tardé en acostumbrarme a aquel lugar, que más tarde descubrí que era una mansión.

Fuere como fuere, me topé con el restaurante de dicha mansión. En las puertas del establecimiento, un gran letrero rezaba:

¡¡¡OFERTA ESPECIAL DEL DÍA!!!
POLLO ASADO

Hasta ahora, nada del otro mundo. Tenía hambre, así que entré en el restaurante. En el mostrador del lugar, un señor bajito, rechoncho y con atuendo de chef me preguntó que qué me apetecía comer. "El pollo asado es exquisito", dijo. Como me apetecía comer cuanto antes y no sabía nada de aquel lugar, decidí fiarme de su recomendación y encargar el pollo asado. "Estará listo dentro de una hora", me dijo. "Coño", pensé, "¿una hora?". Curiosamente, no lo pensé porque el tiempo de espera se me antojase desmesuradamente largo; más bien todo lo contrario: en la lógica absurda del sueño, una hora me parecía poca espera. Así pues, me dispuse a dar un paseo para hacer tiempo. En lo que para mí fueron segundos, pasó la hora.

Aquí es cuando comienza lo hardcore: al volver al restaurante, noté que el tipo bajito con aspecto de chef no está. Me encogí de hombros, pensando que tal vez hubiese salido a hacer cualquier cosa. Cuando salía del local, me di de bruces contra el cocinero. Estaba pálido, sudoroso y visiblemente asustado. Lo que dijo a continuación se quedará conmigo hasta el fin de mis días:

"Un ejército de pollos asados gigantes ha invadido la casa".  

Sí, tal cual lo lees: pollos asados gigantes. ¿Recuerdas esos pollos asados tan simpáticos de los dibujos animados? ¿Esos sin cabeza y que andaban apoyándose en los dos huesos que tenían por patas? Bueno, pues justo así pero de más de tres metros de estatura y armados con tridentes. Todo un ejército; cientos y cientos de ellos salían de las innumerables puertas de la mansión, capturando y esclavizando sistemáticamente a todo humano que habitara allí. Así que deduje que mi misión era luchar contra ellos.

Una vez llegué a esa conclusión, varias docenas de esas infernales criaturas se me echaron encima, capturándome. Durante un segundo, la oscuridad fue total; tras dicho segundo, aparecí en una especie de coliseo romano -de dimensiones mucho más reducidas-, siendo observado por un público compuesto exclusivamente por pollos asados gigantes. Supe lo que devendría a continuación; estaba claro. De entre el público saltaron cuatro pollos asados con sus respectivos tridentes. Al volver a apreciar que estaban armados, pensé que era injusto que yo no tuviese armas. "Necesito un arma", pensé. Y me siento incapaz de explicar por qué las armas que se materializaron en mis manos fueron las siguientes: en la mano izquierda, Masamune, la inmensa katana de Sephiroth en Final Fantasy VII; en la derecha, Arma Artema, de Tidus (protagonista de Final Fantasy X).


Masamune y Arma Artema, en sus respectivas imágenes

 
El choque fue colosal. Los pollos asados provenían de las más oscuras cavernas de mi subconsciente y peleaban con virulenta ferocidad. Pero, a fin de cuentas, era mi sueño, y si deseaba las cosas con la suficiente voluntad sucedían exactamente como yo quería. A esos cuatro pollos asados se les sumaron decenas, cientos, millares. Durante largo rato, me limité a defenderme del ataque de tan pérfidas y brutales aves. Sus bajas comenzaban a contarse por decenas de miles. 

Y cuando la victoria estaba próxima, sucedió: el señor de todos los pollos asados gigantes hizo acto de presencia. Se trataba de un ser apocalíptico de unos 50 metros de estatura, portador de un resplandor maligno. Su tridente abría los cielos sin piedad y presagiaba un aciago y dantesco porvenir para todas las cosas vivas. Supe que iba a morir allí.

El señor de los pollos asados descargó su poder contra mí. A duras penas pude defenderme del inenarrable impacto de su arma, una fuerza de proporciones bíblicas que descargó contra mi diminuto cuerpo. Mis armas se rompieron en millones de fragmentos, despidiendo una luz impenetrable. Solo entonces me desperté.

Eso es todo. Por increible que parezca, jamás he vuelto a tener un sueño similar a ese, aun habiendo pasado muchos años. Escribo con el corazón cuando afirmo que deseo fervientemente volver a esa mansión en algún otro sueño, e irrumpir en el coliseo para exigir la revancha contra el señor de los pollos asados gigantes. 

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