Lo que en principio iba a ser una quedada entre pocos amigos para pasar la noche en un bar, terminó, no sé cómo, en un botellón en la playa de Cortadura. El número inicial de personas era de 5, pero poco a poco ese número fue creciendo y llegó un momento en el que éramos casi 20. Bueno, cosas que pasan.
Confieso que no me entusiasmaba la idea de cambiar de planes de un momento a otro. En fin, uno va con la intención de hacer algo y luego resulta que nada de eso. Pero estaba de relativo buen humor y decidí no quejarme. Y luego me alegré del cambio de planes; la verdad es que me lo pasé mejor de lo que esperaba.
Bueno, basta de prolegómenos. A eso de las 5 de la mañana me dirigía hacia mi casa con un amigo. Pretendíamos adquirir cosas verdes y bonitas para ponerle punto final a la noche. A una de estas nos paramos en mitad de la calle para hacer cuentas del alcohol comprado horas atrás. Aquello supuso que, de repente, Friedrich Nietzsche apareciese de entre las sombras. No, no hablo de un delirio provocado por el alcohol u otros complementos. Aquel hombre era absoluta y totalmente idéntico al filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Mismo peinado, mismas gafas, misma expresión, mismos ojos y mismo bigote. Pero ahí no acababa la cosa -en absoluto-, pues antes de darnos cuenta estábamos charlando sobre literatura y filosofía con aquel misterioso hombre.
Se deduce que nadie pasea por las calles a las 5 de la mañana por casualidad; Nietzsche iba bastante, bastante, bastante curda. Le embargaba una bizarra y desconcertante obsesión por Gibraltar, llegando a convencerse de que mi amigo era gibraltareño, cuando es más gaditano que todas las cosas. Antes de eso, acusó a mi amigo de ser irlandés. Bueno, no le negué que cierta pinta de irlandés sí que tenía; según como la luz incidiese sobre su pelo, uno podría pensar que es rojo. Además, su piel es bastante blanca.
-Tengo algo que contaros -comentó Nietzche.
-Dispara -dijo mi amigo.
-No -replicó Nietzche-, yo no soy un tío violento.
Me preguntó que si yo era un artista. "Escribo todo lo que puedo, es algo que me gusta de verdad", contesté yo. Luego quiso saber si yo había escrito alguna novela. "Estoy en ello", le aseguré; y no le mentía. La verdad es que la cabeza de aquel hombre iba y venía a un ritmo espectacular. Esa embriaguez extrema le otorgaba, si cabe, aún más parecido con el filósofo alemán, pues le hacía contradecirse una y otra vez. A veces, sencillamente se quedaba mirando al vacío, con la boca medio abierta y la mirada perdida. Fui consciente que durante esos intervalos varias galaxias morían.
Al cabo de unos 30 minutos, Nietzsche nos dijo que él había escrito 3 cuentos y una novela. Se ofreció a enseñárnoslos. Ciertamente, mi curiosidad en aquel momento fue indescriptible. ¿Qué cojones puede enseñarme este tío? Algo muy, muy enfermizo, pensé. O quizás no. Pero la realidad era otra: eran más de las 5 de la mañana, estábamos cansados y queríamos que el THC nos arropase.
"Volveremos a vernos", le dijo mi amigo con total convicción. Y es altamente probable; esta ciudad es un pañuelo. En lo personal, yo desearía de corazón mantener una charla con ese hombre cuando ambos estuviéramos totalmente sobrios. Uno sale de su casa con la intención de tomar unas copas y termina cruzándose con la reencarnación ebria de Friedrich Nietzsche. Ya lo dije en un par de ocasiones, y no me importa repetirlo: cuando en esta ciudad cae la madrugada, pasan cosas muy extrañas. Y este ha sido un aviso más, a la par que un acontecimiento que da fuerza a mi teoría: Nietzsche vive, y se pasea por las calles de mi ciudad.
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