lunes, 7 de abril de 2014

Novela romántica: "La Rebelión de Atlas"

He hablado del Romanticismo como una escuela de arte orientada hacia los valores, basada en el reconocimiento de que el hombre posee voluntad (porque, citando a Ayn Rand: Para vivir el hombre debe actuar; para actuar, debe tomar decisiones; para tomar decisiones, debe definir un código de valores; para definir un código de valores debe saber qué es y dónde está -esto es, debe conocer su propia naturaleza (incluyendo sus medios de conocimiento) y la naturaleza del universo en el cual actúa- esto es, necesita metafísica, epistemología y ética, lo cual significa Filosofía. No puede escapar de esta necesidad, su única alternativa es que la Filosofía que guía su vida sea escogida por su mente o por la casualidad). No he conocido novelas que cumplan íntegramente estos dos requisitos esenciales, salvo una: La Rebelión de Atlas (Atlas Shrugged), escrita en 1957 por la autora citada anteriormente. No quiero spoilear -es decir, revelar detalles importantes de la trama- este libro en exceso, por lo que me limitaré a introducirlo (lo cual me servirá de hilo conductor para exponer lo que considero son los rasgos fundamentales de una novela romántica). Entiendo que quien esté realmente interesado lo leerá.

La Rebelión de Atlas tiene por tema el rol de la mente en la existencia del ser humano. Se desarrolla en los Estados Unidos en un futuro distópico, no definido, pero que se nos sugiere como relativamente cercano. En este futuro, el mundo es dominado por grupos políticos altruistas-colectivistas que ejecutan un control cada vez más opresivo de la economía y los medios de producción, así como de otros campos como la educación y la medicina, amenazando así con el estatismo y el totalitarismo. Si bien casi todos los trabajadores, productores y empresarios se adaptan a estos controles, un pequeño grupo resiste y sigue defendiendo su independencia, esto es: la libertad para negociar y disponer del fruto de su trabajo como mejor les parezca, sin intervenir con nadie ni siendo intervenidos por nadie, utilizando como medio de persuasión nada más que la razón, la lógica, rechazando favores inmerecidos del gobierno así como tácticas inmorales (véase: robo, extorsión, uso de la fuerza, asesinato) que no necesitan ni les convienen.

¿Dónde vemos el Romanticismo? Ya de entrada tenemos una serie de protagonistas de gran personalidad -que podemos apreciar en sus actos y en sus palabras, a través de los extensos diálogos que caracterizan la novela- cuyos ideales y motivaciones chocan inevitablemente con los designios del gobierno. Estos designios les competen directamente porque los protagonistas representan las máximas expresiones en sus áreas de trabajo y, por tanto, mueven gran parte de la riqueza del país: Dagny Taggart, la empresaria; Francisco D' Anconia, un magnate de los negocios; Hank Rearden, el productor de acero; y John Galt, el físico, el inventor. Todos ellos tienen sus propias motivaciones y objetivos, y todo lo que hacen está en consonancia con lo que piensan y sienten. Lo que les mueve a la acción son unos códigos morales y de valores muy claros y férreos, así como los sentimientos que les embargan al materializar dichas virtudes en forma de riqueza, relaciones personales y triunfos, fungiendo en todo momento como piedra angular la búsqueda personal de la felicidad. La voluntad de los protagonistas constituye el eje romántico que hace funcionar la novela.

¿Y cómo se justifica todo esto? Echando un leve vistazo nos damos cuenta de cómo experimentan la vida estos personajes. Dagny Taggart ama profundamente la rapidez, precisión y eficacia que muestran sus ferrocarriles. Disfruta atando cabos, descubriendo la lógica que anida tras todo el complejo ferroviario y aplicándola cada vez mejor, ampliando la distancia que recorren y la velocidad a la que lo hacen, optimizando cada detalle, cada nimiedad. Lejos de producirle ansiedad -lo cual sentiría si la vieran obligada a abandonar su trabajo-, esta forma de vida es, para ella, un combustible continuo que le permite avanzar cada día. Sin embargo, su problema radica en su exceso de confianza y optimismo: ella ha aprendido, sin fisuras, a ver la realidad de manera objetiva y metódica, y le cuesta enormemente concebir que otros seres humanos no sean capaces de hacerlo, lo que le lleva a pensar, muy en el fondo, que todo el mundo es bueno (también muy en el fondo), que puede convencer a cualquiera mediante la razón (también le resulta muy difícil concebir que existan personas insensibles a la razón). Cree que puede hacer más de lo que realmente puede hacer un individuo, y que puede administrar el mundo ella sola, de ser necesario. Al mismo tiempo, empieza a atisbar ese mal, y se esfuerza por comprenderlo y traducirlo a términos conscientes, en aras de poder plantarle cara. Francisco D' Anconia se enorgullece de cada conocimiento adquirido y de cada trabajo bien desempeñado. Posee un gran sentido de la ética, de lo objetivo, y constituye una combinación de pensador y hombre de acción (muy en la línea de John Galt, aunque en menor medida). Risueño, optimista y objetivo, gusta de planificar y de predecir los inconvenientes que puedan surgir en cada operación. Siempre busca nuevos estímulos para su mente, nuevos desafíos. Hank Rearden, que se maravilla de la eficacia de la mente humana (más en concreto, de su propia mente), eficacia adquirida por su esfuerzo voluntario, por su trabajo y estudios. Se maravilla cuando resuelve una complicada ecuación tras horas de reflexión y sintiendo que su voluntad, su mente, es capaz de moldear el acero como él desee. Es, exceptuando a John Galt, el protagonista que mejor entiende la vieja cita de Françis Bacon: aquella que dice que la naturaleza, para ser dominada, ha de ser obedecida. Pero no es capaz de aplicar esa misma lógica implacable e intransigente con las personas que lo rodean, al no tener pleno conocimiento de la naturaleza humana, al no ir a la raíz de todo acto: la motivación. Para él, las relaciones humanas son un mare magnum de contradicciones, prefiriendo la coherencia que le brinda su trabajo, pero incapaz de escapar al anhelo que le produce no sentirse comprendido. John Galt, el héroe objetivista, ni más ni menos que el hombre ideal de Ayn Rand, aquello que deseaba mostrar en sus novelas por encima de todo. A ninguno de estos personajes les podría hacer justicia un resumen elaborado por mí (no lo digo por modestia ni humildad, sino como un hecho), infinitamente menos a John Galt, así que dejaré que hable por sí mismo a aquellos verdaderamente interesados.

Tanto héroes como villanos están claramente definidos, y no hay contradicción entre sus pensamientos e ideas y sus actos. Dicho de otra forma: las intenciones de los personajes se nos presentan inequívocamente. Ambos, héroes y villanos, son descritos hasta las raíces de su pensamiento: vemos cómo piensan y cómo sienten. Los villanos no se muestran con vagas referencias a una ambigua ambición material o espiritual no merecida. En este sentido me recuerda bastante a Dostoievski: él mostraba, implacablemente, la psicología de un villano, los motores principales de sus acciones. El más recurrente es James Taggart, hermano de Dagny. Él es diametralmente opuesto a los personajes antes citados: profundamente irracional, inestable, avasallador, inmoral y subjetivo (en el sentido de que todo lo racionaliza, esto es: pretende que la realidad se adapte, "de alguna forma", a sus deseos y caprichos, a la par que desprecia y condena el raciocinio humano). Para muestra, un par de fragmentos:

(El primer hablante es James Taggart. El segundo, John Galt)
"–¿Cómo es capaz de jugar con las vidas de otros seres? ¿Cómo se permite un lujo tan egoísta como el de mantenerse hostil cuando el pueblo lo necesita?
–Querrá usted decir cuando necesitan mis ideas.
–¡Nadie está en lo cierto, ni se equivoca en forma absoluta! ¡El blanco y el negro no existen! ¡Usted no posee el monopolio de la verdad!
[...]
Taggart siguió hablando con febril insistencia, pero Thompson no estaba seguro de que Galt lo escuchara. Éste se había levantado y paseaba por la habitación, pero no con impaciencia, sino como quien disfruta con el movimiento de su cuerpo. [...] Galt caminaba inconsciente de su cuerpo y, a la vez, tremendamente consciente del orgullo que le hacía experimentar. James Taggart, en una postura desgarbada, seguía con la mirada los movimientos de Galt con tanto odio que Thompson se alarmó, temiendo que aquel aborrecimiento llegara a hacerse audible. Pero Galt no miraba a Taggart."

En una ocasión dije que una persona se muestra continuamente en todo cuanto es y todo cuanto hace, hasta en la forma de caminar. Obvio: James Taggart, a esas alturas de la novela, había tenido tiempo y ocasiones de sobra para conocer las intenciones de John Galt y hacerse una idea de su personalidad, no teniendo que depender únicamente de cómo camina Galt. Con todo, ese tipo de gestos suponen para James Taggart un recordatorio continuo (la mera presencia de John Galt lo es) de su propia culpa, del precio que tiene que pagar por evadir la realidad durante tanto tiempo. Pero eso es solo la punta del iceberg. Como ya dije, no puedo (ni quiero) resumir el libro. Esto es solo una pequeña introducción.

Todos estos personajes son proyecciones abstractas. Es decir, no son reproducciones de individuos concretos sino que están inventadas conceptualmente, y no como el resultado de un informe elaborado tras observar a diversos individuos particulares al azar. Esto último puede ser buen material para el estudio de los principios generales de la psicología humana, pero no como abstracción literaria. Por esto tampoco es factible fabricar un personaje (si hablamos de Romanticismo) a base de una lista de características desligadas de todo acto real (personajes que hablan mucho y no hacen nada, por ejemplo). Como mejor entendemos la psicología y el sentido de la vida de un personaje es a través de sus acciones, de pequeños gestos, de su concepción de otros personajes, etc. Todo esto es indispensable para una buena caracterización. Es así como podríamos responder, si quisiéramos, a preguntas del tipo "¿Qué haría tal personaje?". Volviendo al ejemplo de John Galt, muchos podrían deducir cómo sería la actitud de este personaje ante cualquier situación con solo estas palabras:

"En nombre de lo mejor que hay en ti, no sacrifiques este mundo a los peores. En nombre de los valores que te mantienen con vida, no permitas que tu visión del hombre sea distorsionada por lo feo, lo cobarde, lo inconsciente en aquellos que nunca han conseguido el título de humanos. No olvides que el estado natural del hombre es una postura erguida, una mente intransigente y un paso vivaz capaz de recorrer caminos ilimitados. No permitas que se extinga tu fuego, chispa a chispa, cada una de ellas irreemplazable, en los pantanos sin esperanza de lo aproximado, lo casi, lo no aún, lo nunca jamás".

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