martes, 20 de mayo de 2014

Educación desde la niñez

En primer lugar he de dejar claro que rechazo la noción determinista absoluta: aquella que afirma que no existe el libre albedrío, que lo único que somos consiste en una suma incoherente y aleatoria dada por nuestro ambiente. Dicha teoría aseguraría que el motivo de mi reflexión no es sino el resultado de factores externos sobre los que no poseo control alguno, y también que mi ambiente me ha obligado a adoptar esta postura, y probablemente así podría rizarse el rizo, apelando, final e inevitablemente, a una suerte de poder superior inefable, indemostrable e ineludible. Racionalizaciones de este tipo hicieron posible (entre otras muchas consideraciones perniciosas) el surgimiento de las religiones. Pero no es ese el tema que me interesa ahora.

Reconozco que el determinismo juega cierto papel en nuestras vidas (aunque en forma alguna le otorgaré jamás esa supremacía irresistible en la que creían personajes como Kant o Zola), pero el libre albedrío, la capacidad de volición, limita severamente su radio de alcance e influencia. Digo más: una vez uno llega a la edad adulta con ciertos principios sólidos, propios (no es necesario un conocimiento vasto y al detalle de cada sutileza moral y/o conceptual; basta con una pizarra metafísicamente limpia, como puede ser el comprender que no hay nada que ningún individuo tenga que hacer en esta vida salvo morir), siendo capaz de emitir juicios de valor y éticos para lidiar con la realidad, las personas, el mundo, las circunstancias y uno mismo (repito: es irrelevante el grado de efectividad siempre y cuando a uno le funcione), el determinismo pasa a un segundo plano. La prueba de la no-omnipotencia del determinismo es el hecho de que podemos observar todo esto desde fuera (ya me conozco aquello de "pero siempre vas a ser subjetivo porque emites el juicio desde ti mismo, y eso influye en la conclusión". Pero pasa algo: también tenemos la capacidad de captar este hecho y actuar en consecuencia, con el mayor cuidado posible, en aras de preservar la objetividad).

Sin embargo, pese a no ser -no puede serlo, por definición- una fuerza absoluta en ninguna etapa, sí que hay una donde el peligro acecha y el riesgo que se corre es mayúsculo: la niñez más temprana, concretamente en la etapa de adquisición del lenguaje, de formación de los primeros conceptos (haría mayor hincapié en la etapa de adquisición de conceptos de abstracciones, como puede ser el concepto de "mobiliario" frente al concepto de "silla", que es una abstracción de concretos directamente perceptuales). En resumen: el momento en que comienza la elección del niño.

Desde los años más temprano, buscamos. Nos hacemos preguntas sobre el ser humano y la existencia. Por nuestra naturaleza (véase: capacidad potencial de razonar, voluntad, reconocimiento personal y existencia como ser biológico mortal, con características objetivas) necesitamos una visión del hombre y el mundo, necesitamos algo que integre todas nuestras acciones, un principio fundamental que subyazca tras cada decisión, tras cada acto, tras cada interacción con otros mortales. Necesitamos, sintetizando, una filosofía, o como mínimo un sentido de vida. Se trata de una búsqueda personal, intransferible. Se trata de un camino que, si aspiramos a ser felices, debemos recorrer solos: de manera independiente, con un juicio independiente y a través de un proceso de pensamiento independiente y racional.

Pero reconocer esta verdad no es algo que ocurra de forma automática. En mi caso, el camino ha estado pavimentado de baches, y he tardado más de lo que me gustaría en alcanzar cierto entendimiento -esto no es un ejercicio de autocompasión, es simplemente algo que he observado y que sé que es cierto, independientemente de si me hace sentir mejor o peor-. Estos principios no son solo abstracciones idealistas inaplicables a la realidad. Son, de hecho, armas contra lo irreflexivo, lo irracional, a la par que herramientas para propósitos constructivos, para lograr objetivos, para hallar la coherencia detrás de la mascarada masiva de esta era de cinismo e hipocresía.

Todo niño debería ser educado en esta dirección. Y que nadie se confunda: no es cuestión de obligarle. Este es uno de los muchos errores, tanto de definición como de aplicación, que se cometen hoy día. El concepto de "obligación" hace referencia a una imposición irreflexiva en el desarrollo del niño. Observa el matiz: si, racionalmente, dentro del ámbito de conocimiento del niño, le das ejemplo de lo que supone una mente racional e independiente, le ofreces un modelo de autoestima, le enseñas que su mente es válida para tratar con los problemas, le estimulas, le dejas libertad para acertar y también para equivocarse, para aprender de la experiencia (en definitiva, para intentarlo lo mejor que pueda y mejorar en consecuencia), el niño lo absorberá. El concepto de obligación hace imposible todo esto.

Aquello de "la mente de un niño es como una esponja" es mas cierto de lo que se suele pensar. Y hay que tener conocimiento de que una esponja puede absorber agua limpia de la misma forma que puede absorber veneno. Con respecto al modelo de educación antes descrito, hincapié en que nada de eso debe imponérsele al niño, en ningún momento. Se le muestra, y en última instancia se le persuade (persuadir con argumentos lógicos y reales no es manipular, a todo esto; y nadie nace con ninguna idea innata, por lo que no es que cada niño sea la personificación genética y natural de un haragán, un dipsómano o un dictador, y sea el deber sagrado del padre o la madre luchar contra ello a toda costa, aún a riesgo de atacar el libre albedrío del niño en esta etapa en la que tan indefenso está).

Luego expondré más a detalle lo que considero son las bases correctas en la educación de un niño, pero ahora acabo de tocar un punto que también me interesa: el modo incorrecto de proceder (no es un modo concreto sino más bien la mescolanza de diversas pautas que, estando presentes en mayor o menor medida, en combinación con unas u otras, etc., determinan cuánta sangre perderá el niño en el proceso, y si el sangrado sobrevendrá de uno o pocos tajos brutales o si consistirá en múltiples y pequeñas heridas a lo largo de los años).

En esta línea cité la obligación como uno de los métodos a evitar -el niño elegirá por sí mismo una forma coherente y racional de analizar la realidad y lidiar con ella siempre se le inculque correctamente, con serenidad, sin apelar a las emociones ni utilizarlas en su contra. Pretender que alcance esto por obligación es una contradicción en términos-. Y en la última digresión he tocado otro método indeseable: hacerle sentir al niño una culpa inmerecida, utilizando en su contra sus propios sentimientos, los cuales -salvo muy contadas excepciones- un niño no es capaz de interpretar (de hecho, muchísimos adultos tampoco). En este punto de su desarrollo, no son necesarios largos y elocuentes discursos para corromperlo. Basta con exponer las racionalizaciones y creencias propias con cierto ímpetu, apelando a la recepción emocional del niño. En otras palabras: inculcarle "virtudes" impracticables a la fuerza, utilizando como razón y método de persuasión los sentimientos propios: una mirada de advertencia cursada con cierta dosis de pánico, una amenaza velada, o bien una más explícita que gire en torno a consecuencias irreales que sobrevendrán al niño en el futuro si no obedece (el extremo de esta forma de "educar" es amenazar con el infierno, por ejemplo). Y todo ello sin ofrecer bases lógicas que soporten todas estas premisas. Una vez se ha inoculado en el niño una supuesta virtud, es posible apelar a ella para invocar su sentimiento de culpa.

Un ejemplo muy claro es la dicotomía altruismo-egoísmo. El altruismo implica que uno se sacrifique en aras del beneficio ajeno, y es necesario recalcar la palabra sacrificio: renunciar a algo de valor personal para el bienestar, la conformidad y/o el beneficio de otros: poner la felicidad de los demás por delante de la propia. Esto se sigue exhibiendo como una virtud. Imagina esta circunstancia: le regalas a tu hijo pequeño su primer juguete. Él ya sabe hablar. Maneja cierto número de palabras, no está en blanco epistemológicamente hablando. Camina, habla, imagina. Ya es capaz de disfrutar con su primer juguete. ¿Qué le dirías al entregárselo? Podrías decirle: "Toma este juguete. Juega con él y compártelo si quieres". También: "Toma este juguete. Si otro niño con una familia más pobre, menos capaz, te pide que se lo prestes (más aún: que se lo regales), sería muy noble por tu parte hacerlo". Otra: "Toma este juguete. Tienes el deber de dejar que otros niños jueguen con él o dispongan de él, aún si a ti te gusta y lo estás utilizando. No seas egoísta" (si cada padre o madre que ha empleado alguna vez con su hijo palabras semejantes a las de este último ejemplo supiese siquiera vagamente el daño que esto puede ocasionar en su desarrollo, probablemente se suicidarían sin más. Los hay mezquinos e hijos de puta que, en realidad, conocen este efecto y lo buscan deliberadamente. Esos van aparte; ni siquiera sé si catalogarlos como humanos).

Pero aquí ocurre algo que todos, hijos y padres por igual, deben saber: el altruismo es nocivo e indemostrable (no: los grandes logros de la humanidad no fueron posibles gracias al altruismo, si te estabas sacando de la manga ese argumento. George Washington no destruyó la tiranía en el norte de América por altruismo: buscaba defender sus propios derechos y construir un mundo mejor para él y los suyos. Eso redundó en beneficio de muchos, y fue un acto de genuino egoísmo. Lo mismo con los inventos de Thomas Edison. No buscaba iluminar al mundo por su espíritu altruista: sus investigaciones, su afán científico y su curiosidad dieron luz -nunca mejor dicho- a la bombilla y demás inventos. No pongo más ejemplos porque sería ridículo, solo digo que estos avances y logros no son causas sino efectos que, de hecho, el altruismo hace imposibles).

Que no se confunda el altruismo con bondad o buena voluntad, con solidaridad o con sentimiento de fraternidad. Si eres bueno con otras personas porque eso te produce un placer personal, si ayudas solo a quien quieres ayudar y quiere dejarse ayudar, a un ser querido (una persona que contribuye a tu felicidad) que sabes que es bueno y que está sufriendo sin ser su culpa (por ejemplo), por muy duro que sea el camino que recorras para ayudarle, nada de esto es sacrificio si te aporta felicidad real, consistente y coherente con tus premisas, y si de verdad quieres hacerlo; esto es del todo incompatible con la idea del altruismo, que especifica que debes vivir y establecer tus sentimientos en base a otras personas, lo cual hace extremadamente frágil y pasajera tu felicidad, al no estar enfocada a ti mismo sino a otros. Si tuvieras la vida de tu mejor amigo en una mano y la vida de un desconocido en la otra, la doctrina del altruismo te exigiría salvar al desconocido y condenar al amigo. Eso es el altruismo, y esa es la supuesta virtud que muchos padres inculcan a sus hijos. De esta forma, se transfiere al niño la idea de que tiene que ceder lo que es suyo ante argumento falaces ad misericordiam cuya piedra angular es la necesidad de otro niño cualquiera que no tiene el juguete y lo quiere sin más, porque es desdichado si no lo tiene (un claro ejemplo de egoísmo racional versus egoísmo irracional). Lo que de niño implica ceder sus juguetes, de adulto quizás le suponga no avanzar al tope de su capacidad por temor a entorpecer el trabajo de individuos menos capaces, o rechazar un buen puesto de trabajo para que un competidor menos hábil y más humilde pueda acceder a él, o que elija a sus parejas sentimentales en base a la compasión que otras personas despiertan en él o, en el peor de los casos, sencillamente matar toda ambición en él, sin más. Todo ello es posible si la idea del altruismo como virtud echa raíces en su conciencia y en su subconsciente. Al mismo tiempo, al ser impracticable esta forma de vida -te reto a que encuentres una sola persona altruista que de verdad sea feliz-, el niño sentirá una culpa inmerecida a causa de su egoísmo: la orientación hacia sus propios deseos e intereses, todo lo cual, según le han dicho, es malvado y debe evitarse. El egoísmo (siempre que sea racional, justificable) le otorgará una realización y un bienestar que el altruismo jamás podrá concederle. Ser egoísta racional, que no un adorador irreflexivo del capricho del momento inmediato a la manera que planteaban personajes como Nietzsche, no implica una conducta antisocial, no implica ser una criatura que va por el mundo avasallando y sembrando el dolor en aras de sus intereses. Implica ser consecuente y honesto con uno mismo, así como lo más difícil de este mundo: hacer lo que uno quiere (sin robar, matar, esclavizar, manipular a otros; si uno es egoísta racional es porque comprende la naturaleza de sus derechos fundamentales, y al aplicarlos al contexto de su propia vida adquirirá la capacidad de extrapolarlo a otros hombres y reconocer, en consecuencia, los derechos ajenos), no lo que los demás quieren, no lo que la sociedad ladra, no los dictámenes de una ética cuyo único respaldo es el consenso de muchos individuos que, al no tener valentía ni sangre para vivir su propia vida, se creen con el derecho de decidir hacia dónde se encaminará la vida del resto de las personas, en mayor o menor medida. Los niños que logran soportar esta quimera bastarda de culpa sin sentido y defender su independencia son casos inusuales y extraordinarios, pero sumamente alentadores: se trata de la visión de un héroe en su edad más temprana. Con todo, no se puede esperar esto de un niño común. Lo más sensato es ofrecerle las herramientas para que él mismo alcance sus propias conclusiones.

Volviendo al ejemplo del juguete, esto es lo que yo le diría a un niño: "Toma este juguete. Es tuyo. Cuida de él, arrójalo al mar, lo que de verdad te haga feliz, pero es tuyo. No lo cedas a ningún llorica; jamás te sientas obligado a hacerlo. Compártelo si quieres y con quien quieras, pero no olvides esto: el juguete es tuyo". Siendo quien soy, no podría -ni querría, pues me saldría del todo natural- evitar el orgullo que destilo por cada poro de mi cuerpo cuando proclamo en voz alta: "Esto es mío", o "Este soy yo". Esto es lo que querría que mi hijo captara. Compara tú mismo las diferencias de base entre una educación egoísta y una altruista. Uno busca una recompensa; el otro, librarse de un castigo. Uno busca el placer; el otro, huir del dolor. Uno busca vivir la vida; el otro, evitar la muerte. Observa cuál es el centro de la motivación detrás de cada uno.

La dicotomía altruismo-egoísmo es solo un aspecto de la educación, pero uno de los más cruciales. Otras es la dicotomía teoría-práctica: enseña a tu hijo a base de eslóganes como "X cosa funciona en la teoría, pero no en la práctica", y muy probablemente el resultado será un individuo limitado por lo concreto e incapaz de manejar abstracciones tan elevadas como el valor, la bondad, la ambición o la propia virtud. Enséñale que las teorías son una serie de pautas para guiar las acciones y que su única validez reside en cómo se aplican en la práctica, y muy probablemente resultará un hombre sin fisuras en su forma de analizar y percibir su entorno.

Enséñale que no hay verdades absolutas, que ya puede persuadirte con la mejor de las tesis pero que, al final, eso es "solo su opinión", que debería ser capaz de llegarse a un acuerdo, un "término medio" entre un liberal libertario amante de su trabajo y de su vida y un comunista que busca esclavizarlo y asesinarlo en beneficio del pueblo, y tendrás a alguien que duda de su propia mente y de sí mismo, que se deja dominar por sus emociones -lo único que le parecerá real en el mare magnum de "solo opiniones"- y que siente pánico a la hora de iniciar un proyecto que demande un esfuerzo intelectual independiente a largo plazo. Enséñale que su mente es válida (pero no infalible, ojo; el libre albedrío lo impide, así como la imposibilidad de manejar todo el conocimiento que existe) para resolver problemas y trazar planes, y crecerá con seguridad y confianza en sí mismo, en su propia capacidad de aprendizaje. Enséñale que en el ser humano anidan los mismos instintos que en cualquier animal y tendrás un sujeto amoral, caprichoso y puede que hasta misántropo, que además se avergonzará de todo cuanto le comporte placer, achacándolo a sus instintos más bajos y denigrantes. Enséñale que no hay ideas ni tendencias innatas, que hacer el bien o el mal es decisión de cada uno, y de adulto portará un rostro limpio, libre de culpa y de resentimiento, capaz de valorar a otras personas y establecer relaciones sanas con ellas.

Enséñale que el amor es incondicional y será incapaz de amar. Enséñale que para amar es necesario un juicio de valor por parte de los amantes y sus relaciones amorosas tendrán coherencia, significado y estarán repletas de dicha.

No hacen falta sutilezas enrevesadas ni amalgamas ininteligibles para educar correctamente a un niño, si bien hay que recordar en todo momento que se trata de una tarea extremadamente delicada.

Otro aspecto importante: se cita demasiado a menudo la nauseabunda premisa de que a los niños, por naturaleza, les disgusta el estudio. Y vuelvo a lo de antes: si le obligas, si le fuerzas a ello con "argumentos" del tipo "es por tu bien" (sin especificar jamás en qué consiste ese "bien". "Bien" ¿para quién?), "porque sí", "porque lo digo yo", etc., el subconsciente del niño responderá "Por mis cojones", pero su ámbito consciente se bloqueará, se ofuscará, comenzará a acumular una carga que nadie debería llevar. Si a eso le añadimos que la educación moderna parece aspirar más a mutilar la curiosidad del niño que a estimularla, sugiriéndole constantemente que los años de estudio son un mal trago por el que ha de pasar y punto, forzándole más a memorizar que a razonar por su cuenta, el nudo en torno a su cuello termina de ajustarse. ¿Alguna vez te han ridiculizado otros niños (siendo tú uno) por querer estudiar, o has visto a algún niño en dicha situación? Conozco perfectamente la respuesta.

Puedes hacerle a tu hijo el favor de enseñarle que la grandeza existe y es posible. Que, a priori, ningún hombre es mejor que otro, pero que a posteriori la cosa cambia: nuestras acciones pueden situarnos en una posición de superioridad e inferioridad moral con respecto a otros. Empero, esto le es indiferente a una mente que piensa y juzga por y para sí misma, que rechaza medirse como una parte de algo. Enséñale que la comedia es una virtud inestimable, pero que si se ejerce ilimitadamente, si pretendes que se ría de todo, caerá en el cinismo y jamás experimentará la sensación de admirar a alguien o de forjarse héroes (se logra, pues, una de las más viles contradicciones: la risa, exponente de la alegría humana, convertida en arma de destrucción; porque si te ríes, sin distinción, tanto de un inventor prodigioso como de un toxicómano, pierdes la capacidad de valorar). Ensalza en el alma de tu hijo la alegría y el orgullo de vivir: enséñale a ser libre, por mucho que te asuste la idea de libertad. Pon a su disposición sentimientos universales, plasmados en personajes como Howard Roark, Hank Rearden o John Galt, construcciones abstractas de como podrían y deberían ser los hombres, al margen de los pantanos de lo cotidiano. Haz que tenga curiosidad, que no tolere preguntas sin respuesta (cuidado: que no sienta el deber sagrado de responder histéricamente a cada incógnita en el momento inmediato, pues ciertas cuestiones llevan años de reflexión y experiencia y forzar una respuesta precipitada le puede hacer incurrir en respuestas incorrectas. Él mismo debe elegir el camino, una vez haya visto y captado el ejemplo).

No uses con él palabras o expresiones ambiguas que conduzcan a mil interpretaciones subjetivas, tales como metáforas vacías o lugares comunes sin sentido. Háblale clara e inequívocamente (no "como a un adulto". Repito: clara e inequívocamente), que se consoliden sus enlaces con la realidad (el lenguaje). No dejes su educación en manos de personas que no son dignas de tu confianza: entrevista personalmente a cada uno de sus profesores (o dale tú mismo una educación, lo mejor que sepas; el ser autodidacta, a todo esto, no es un don mágico disponible solo para algunos privilegiados. Es, como todo, algo que se aprende), y da media vuelta ante la más mínima señal de mezquindad intelectual por parte de ellos, o indolencia con respecto a la importante labor que implica enseñar, formar mentes jóvenes. No incitaré nunca a nadie a ser paranoico (la paranoia no es buena aliada), pero eso no impide que vaya a sugerir una concienzuda precaución. Apunta esto: lo creas o no, muchos profesores se imponen el objetivo de mutilar mentes jóvenes por el puro y desnudo placer que sienten al destruir y ejercer dominio sobre otros. Esto es un hecho: la gente malvada existe y se puede hallar en cada sector, lo cual es razón de sobra para ser cauto si lo que está en juego es la educación de tu hijo. Otros profesores mutilan mentes sin quererlo realmente, ya sea por omisión -seguir la tendencia educativa del momento, al margen de que sea efectiva o no- o porque de verdad fracasan siendo buenas sus intenciones. Quizás este último grupo (los que lo hacen por omisión tampoco tienen excusa) no tenga culpa, pero tú tampoco la tienes, y mucho menos tu hijo.

No arrojes a tu hijo al mundo con la mente vacía, pues dicho hueco será un reclamo perfecto para demagogos y demás escoria que pretendan rellenarlo con falacias y contradicciones, siendo su única intención dominar, ejercer poder sobre esa mente que se siente desdichada por estar vacía. Una mente sin contenido y una mente con ansias de poder sobre otras personas constituyen reclamos naturales y recíprocos.

Pero, por encima de todo, no le prives de su arma más preciada: la razón. No le enseñes que la razón es limitada, pues esto es falso. Que los hombres fallen o no sepan aplicar la lógica al cien por cien y en cada circunstancia es solo prueba de la falibilidad del ser humano, pero no afecta a la capacidad ilimitada de la razón en sí misma. No, no sirve el argumento de que la lógica es producto del hombre para ser utilizado por el hombre y, por extensión, igualmente falible. El ser humano no inventó la lógica: la descubrió. Enséñale a pensar primero y a sentir después, pues los sentimientos, pese a poder ser maravillosos, pese a ser el medio a través del cual experimentamos la vida, no son causa sino efecto, y de ninguna manera sirven como herramientas de conocimiento. Enséñale a lidiar y forjar sus propios pensamientos, no a tratar de adivinar el pensamiento del cerebro del vecino más próximo, no a buscar respuestas a través del consenso ideológico. Esto es: enséñale a ser un intelectual individual.

Enséñale a proclamar con orgullo y valentía: "Soy un ser humano, un fin en sí mismo que existe primordialmente por y para sí mismo, y son objetivos y me son inalienables el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad."

lunes, 7 de abril de 2014

Novela romántica: "La Rebelión de Atlas"

He hablado del Romanticismo como una escuela de arte orientada hacia los valores, basada en el reconocimiento de que el hombre posee voluntad (porque, citando a Ayn Rand: Para vivir el hombre debe actuar; para actuar, debe tomar decisiones; para tomar decisiones, debe definir un código de valores; para definir un código de valores debe saber qué es y dónde está -esto es, debe conocer su propia naturaleza (incluyendo sus medios de conocimiento) y la naturaleza del universo en el cual actúa- esto es, necesita metafísica, epistemología y ética, lo cual significa Filosofía. No puede escapar de esta necesidad, su única alternativa es que la Filosofía que guía su vida sea escogida por su mente o por la casualidad). No he conocido novelas que cumplan íntegramente estos dos requisitos esenciales, salvo una: La Rebelión de Atlas (Atlas Shrugged), escrita en 1957 por la autora citada anteriormente. No quiero spoilear -es decir, revelar detalles importantes de la trama- este libro en exceso, por lo que me limitaré a introducirlo (lo cual me servirá de hilo conductor para exponer lo que considero son los rasgos fundamentales de una novela romántica). Entiendo que quien esté realmente interesado lo leerá.

La Rebelión de Atlas tiene por tema el rol de la mente en la existencia del ser humano. Se desarrolla en los Estados Unidos en un futuro distópico, no definido, pero que se nos sugiere como relativamente cercano. En este futuro, el mundo es dominado por grupos políticos altruistas-colectivistas que ejecutan un control cada vez más opresivo de la economía y los medios de producción, así como de otros campos como la educación y la medicina, amenazando así con el estatismo y el totalitarismo. Si bien casi todos los trabajadores, productores y empresarios se adaptan a estos controles, un pequeño grupo resiste y sigue defendiendo su independencia, esto es: la libertad para negociar y disponer del fruto de su trabajo como mejor les parezca, sin intervenir con nadie ni siendo intervenidos por nadie, utilizando como medio de persuasión nada más que la razón, la lógica, rechazando favores inmerecidos del gobierno así como tácticas inmorales (véase: robo, extorsión, uso de la fuerza, asesinato) que no necesitan ni les convienen.

¿Dónde vemos el Romanticismo? Ya de entrada tenemos una serie de protagonistas de gran personalidad -que podemos apreciar en sus actos y en sus palabras, a través de los extensos diálogos que caracterizan la novela- cuyos ideales y motivaciones chocan inevitablemente con los designios del gobierno. Estos designios les competen directamente porque los protagonistas representan las máximas expresiones en sus áreas de trabajo y, por tanto, mueven gran parte de la riqueza del país: Dagny Taggart, la empresaria; Francisco D' Anconia, un magnate de los negocios; Hank Rearden, el productor de acero; y John Galt, el físico, el inventor. Todos ellos tienen sus propias motivaciones y objetivos, y todo lo que hacen está en consonancia con lo que piensan y sienten. Lo que les mueve a la acción son unos códigos morales y de valores muy claros y férreos, así como los sentimientos que les embargan al materializar dichas virtudes en forma de riqueza, relaciones personales y triunfos, fungiendo en todo momento como piedra angular la búsqueda personal de la felicidad. La voluntad de los protagonistas constituye el eje romántico que hace funcionar la novela.

¿Y cómo se justifica todo esto? Echando un leve vistazo nos damos cuenta de cómo experimentan la vida estos personajes. Dagny Taggart ama profundamente la rapidez, precisión y eficacia que muestran sus ferrocarriles. Disfruta atando cabos, descubriendo la lógica que anida tras todo el complejo ferroviario y aplicándola cada vez mejor, ampliando la distancia que recorren y la velocidad a la que lo hacen, optimizando cada detalle, cada nimiedad. Lejos de producirle ansiedad -lo cual sentiría si la vieran obligada a abandonar su trabajo-, esta forma de vida es, para ella, un combustible continuo que le permite avanzar cada día. Sin embargo, su problema radica en su exceso de confianza y optimismo: ella ha aprendido, sin fisuras, a ver la realidad de manera objetiva y metódica, y le cuesta enormemente concebir que otros seres humanos no sean capaces de hacerlo, lo que le lleva a pensar, muy en el fondo, que todo el mundo es bueno (también muy en el fondo), que puede convencer a cualquiera mediante la razón (también le resulta muy difícil concebir que existan personas insensibles a la razón). Cree que puede hacer más de lo que realmente puede hacer un individuo, y que puede administrar el mundo ella sola, de ser necesario. Al mismo tiempo, empieza a atisbar ese mal, y se esfuerza por comprenderlo y traducirlo a términos conscientes, en aras de poder plantarle cara. Francisco D' Anconia se enorgullece de cada conocimiento adquirido y de cada trabajo bien desempeñado. Posee un gran sentido de la ética, de lo objetivo, y constituye una combinación de pensador y hombre de acción (muy en la línea de John Galt, aunque en menor medida). Risueño, optimista y objetivo, gusta de planificar y de predecir los inconvenientes que puedan surgir en cada operación. Siempre busca nuevos estímulos para su mente, nuevos desafíos. Hank Rearden, que se maravilla de la eficacia de la mente humana (más en concreto, de su propia mente), eficacia adquirida por su esfuerzo voluntario, por su trabajo y estudios. Se maravilla cuando resuelve una complicada ecuación tras horas de reflexión y sintiendo que su voluntad, su mente, es capaz de moldear el acero como él desee. Es, exceptuando a John Galt, el protagonista que mejor entiende la vieja cita de Françis Bacon: aquella que dice que la naturaleza, para ser dominada, ha de ser obedecida. Pero no es capaz de aplicar esa misma lógica implacable e intransigente con las personas que lo rodean, al no tener pleno conocimiento de la naturaleza humana, al no ir a la raíz de todo acto: la motivación. Para él, las relaciones humanas son un mare magnum de contradicciones, prefiriendo la coherencia que le brinda su trabajo, pero incapaz de escapar al anhelo que le produce no sentirse comprendido. John Galt, el héroe objetivista, ni más ni menos que el hombre ideal de Ayn Rand, aquello que deseaba mostrar en sus novelas por encima de todo. A ninguno de estos personajes les podría hacer justicia un resumen elaborado por mí (no lo digo por modestia ni humildad, sino como un hecho), infinitamente menos a John Galt, así que dejaré que hable por sí mismo a aquellos verdaderamente interesados.

Tanto héroes como villanos están claramente definidos, y no hay contradicción entre sus pensamientos e ideas y sus actos. Dicho de otra forma: las intenciones de los personajes se nos presentan inequívocamente. Ambos, héroes y villanos, son descritos hasta las raíces de su pensamiento: vemos cómo piensan y cómo sienten. Los villanos no se muestran con vagas referencias a una ambigua ambición material o espiritual no merecida. En este sentido me recuerda bastante a Dostoievski: él mostraba, implacablemente, la psicología de un villano, los motores principales de sus acciones. El más recurrente es James Taggart, hermano de Dagny. Él es diametralmente opuesto a los personajes antes citados: profundamente irracional, inestable, avasallador, inmoral y subjetivo (en el sentido de que todo lo racionaliza, esto es: pretende que la realidad se adapte, "de alguna forma", a sus deseos y caprichos, a la par que desprecia y condena el raciocinio humano). Para muestra, un par de fragmentos:

(El primer hablante es James Taggart. El segundo, John Galt)
"–¿Cómo es capaz de jugar con las vidas de otros seres? ¿Cómo se permite un lujo tan egoísta como el de mantenerse hostil cuando el pueblo lo necesita?
–Querrá usted decir cuando necesitan mis ideas.
–¡Nadie está en lo cierto, ni se equivoca en forma absoluta! ¡El blanco y el negro no existen! ¡Usted no posee el monopolio de la verdad!
[...]
Taggart siguió hablando con febril insistencia, pero Thompson no estaba seguro de que Galt lo escuchara. Éste se había levantado y paseaba por la habitación, pero no con impaciencia, sino como quien disfruta con el movimiento de su cuerpo. [...] Galt caminaba inconsciente de su cuerpo y, a la vez, tremendamente consciente del orgullo que le hacía experimentar. James Taggart, en una postura desgarbada, seguía con la mirada los movimientos de Galt con tanto odio que Thompson se alarmó, temiendo que aquel aborrecimiento llegara a hacerse audible. Pero Galt no miraba a Taggart."

En una ocasión dije que una persona se muestra continuamente en todo cuanto es y todo cuanto hace, hasta en la forma de caminar. Obvio: James Taggart, a esas alturas de la novela, había tenido tiempo y ocasiones de sobra para conocer las intenciones de John Galt y hacerse una idea de su personalidad, no teniendo que depender únicamente de cómo camina Galt. Con todo, ese tipo de gestos suponen para James Taggart un recordatorio continuo (la mera presencia de John Galt lo es) de su propia culpa, del precio que tiene que pagar por evadir la realidad durante tanto tiempo. Pero eso es solo la punta del iceberg. Como ya dije, no puedo (ni quiero) resumir el libro. Esto es solo una pequeña introducción.

Todos estos personajes son proyecciones abstractas. Es decir, no son reproducciones de individuos concretos sino que están inventadas conceptualmente, y no como el resultado de un informe elaborado tras observar a diversos individuos particulares al azar. Esto último puede ser buen material para el estudio de los principios generales de la psicología humana, pero no como abstracción literaria. Por esto tampoco es factible fabricar un personaje (si hablamos de Romanticismo) a base de una lista de características desligadas de todo acto real (personajes que hablan mucho y no hacen nada, por ejemplo). Como mejor entendemos la psicología y el sentido de la vida de un personaje es a través de sus acciones, de pequeños gestos, de su concepción de otros personajes, etc. Todo esto es indispensable para una buena caracterización. Es así como podríamos responder, si quisiéramos, a preguntas del tipo "¿Qué haría tal personaje?". Volviendo al ejemplo de John Galt, muchos podrían deducir cómo sería la actitud de este personaje ante cualquier situación con solo estas palabras:

"En nombre de lo mejor que hay en ti, no sacrifiques este mundo a los peores. En nombre de los valores que te mantienen con vida, no permitas que tu visión del hombre sea distorsionada por lo feo, lo cobarde, lo inconsciente en aquellos que nunca han conseguido el título de humanos. No olvides que el estado natural del hombre es una postura erguida, una mente intransigente y un paso vivaz capaz de recorrer caminos ilimitados. No permitas que se extinga tu fuego, chispa a chispa, cada una de ellas irreemplazable, en los pantanos sin esperanza de lo aproximado, lo casi, lo no aún, lo nunca jamás".

lunes, 24 de marzo de 2014

Un amante al partir su amada

¡Ay! ¡Ay, que parte! ¡Que la pierdo! Abierta
del coche triste la funesta puerta
la llama a su prisión. Laura adorada;
Laura, mi Laura, ¿qué de mí olvidada
entras donde esos bárbaros crueles
lejos te llevan de mi lado amante?
¡Ay! Que el zagal el látigo estallante
chasquea, y los ruidosos cascabeles
y las esquilas suenan, y al estruendo
los rápidos caballos van corriendo.
¿Y corren, corren, y de mí la alejan?
¿La alejan más y más sin que mi llanto
mueva a piedad su bárbara dureza?
Parad, parad, o suspended un tanto
vuestra marcha; que Laura su cabeza
una vez y otra asoma entristecida
y me clava los ojos; ¡que no sea
la vez postrera que su rostro vea!
¿Y corréis, y corréis? Dejad al menos
que otra vez nuestros ojos se despidan,
otra vez sola, y trasponeos luego.
¡Corazones de mármol! ¿A mi ruego
todos ensordecéis? En vano, en vano
cual relámpago el coche se adelanta;
en pos, en pos mi infatigable planta
cual relámpago irá, que amor la guía.
Laura, te seguiré de noche y día
sin que hondos ríos ni fragosos montes
me puedan aterrar: tú vas delante.
Asoma, Laura; que tu vista amante
caiga otra vez sobre mis tristes ojos.
¿Tardas, ingrata, y en aquella loma
te me vas a ocultar? Asoma, asoma,
que se acaba el mirar. Sólo una rueda
a lo lejos descubro; todavía
la diviso; allí va; tened, que es mía,
es mía Laura; detened, que os veda
robármela el amor: él a mi pecho
para siempre la unió con lazo estrecho...
¡Ay! Entretanto que infeliz me quejo
ellos ya para siempre se apartaron;
mis ojos para siempre la han perdido;
y sólo en mis dolores me dejaron
el funesto carril por donde han ido.
¿Por qué no es dado a mi cansada planta
alcanzar su carrera? ¿Por qué el cielo
sólo a las aves el dichoso vuelo
benigno concedió? Jamás doliente
llora el jilguero de su amor la ausencia;
yo entretanto de mi Laura ausente
en soledad desesperada lloro
y lloraré sin fin. Si yo la adoro,
si ella sensible mis cariños paga,
¿por qué nos separáis? En dondequiera
es mía, lo será; su pecho amante,
yo le conozco, me amará constante,
seré su solo amor... ¡Triste! ¿qué digo?
Que se aparta de mí, y a un enemigo
se va acercando a quien amó algún día.
Huye, Laura, no creas, desconfía
de mi rival, y de los hombres todos.
Todos son falsos, pérfidos, traidores,
que dan pesares recibiendo amores.
¡Almas de corrupción! Jamás quisieron
con la ingenua verdad, con la ternura,
con la pureza y la fogosa llama
con que mi pecho enamorado te ama.
Te ama, te ama sin fin; y tú, entretanto,
¿Qué harás? ¿De mí te acordarás? ¿En llanto
regarás mi memoria y tu camino?
¿Probarás mi dolor, mi desconsuelo,
mi horrible soledad? Astro del cielo,
oh sol, hermoso para mí algún día,
tú la ves, y me ves: ¿Dónde está ahora?
¿Qué hace? ¿Vuelve a mirar? ¿Se aflige? ¿Llora?
¿O ríe con la imagen lisonjera
de mi odioso rival que allá la espera?
¿Y ésta es la paga de mi amor sincero?
¿Y para esto infeliz, desesperado,
sufro por ella, y entre angustias muero?
¡Ah! Ninguna mujer ha merecido
un suspiro amoroso, ni un cuidado.
Tan prontas al querer como al olvido,
fáciles, caprichosas, inconstantes,
su amor es vanidad. A cien amantes
quieren atar en su cadena a un tiempo,
y ríen de sus triunfos, y se aclaman,
y a nadie amaron porque a todos aman.
¿Y mi Laura también?... No, no lo creo.
Yo vi en sus ojos que me hablaba ansioso
su veraz corazón: todo era mío;
yo su labio escuché, y su labio hermoso
mío le declaró; cuantos oyeron
sus palabras, sus ayes, sus gemidos,
«Es tuyo, y todo tuyo», me dijeron.
Es mío, yo lo sé; que en tiernos lazos
mil y mil veces la estreché en mis brazos,
y al suyo uní mi corazón ardiente,
y juntos palpitaron blandamente,
jurando amarse hasta la tumba fría.
¡Oh memoria cruel! ¿Adónde han ido
tantos, tantos placeres? Laura mía,
¿Dónde estás? ¿Dónde estás? ¿Que ya mi oído
no escuchará tu voz armonïosa,
mucho más dulce que la miel hiblea?
¿Que sin cesar mi vista lagrimosa
te buscará sin encontrarte? Al Prado,
que tantas veces a tu tierno lado
me vio, soberbio en mi feliz ventura,
iré, por ti preguntaré, y el Prado,
«No está aquí», me dirá; y en la amargura
de mi acerbo dolor, cuantos lugares
allí tocó tu delicada planta
todos los regaré con largo llanto,
en cada cual hallando mil pesares
con mil recuerdos. Bajaré perdido
a las Delicias, y con triste acento
«Laura, mi Laura», clamaré, y el viento
mi voz se llevará, y allí tendido
sobre la dura solitaria arena,
pondráse el sol, y seguirá mi pena.
A tu morada iré; con planta incierta
toda la correré desesperado,
y toda, toda la hallaré desierta.
Furioso bajaré, y a mis amigos,
de mi ardiente pasión fieles testigos,
preguntaré en silencio por mi amante,
y ellos, la compasión en el semblante,
nada responderán. ¡Desventurado!
¿a quién me volveré? Si sólo un día
durase mi dolor, yo me diría
feliz, y muy feliz; pero mis ojos
un sol, y otro verán, y cien tras ellos,
y a Laura no verán. Sus labios bellos
no se abrirán y entre cordial ternura
«Te amo» repetirán mil y mil veces;
ni con la suya estrechará mi mano,
ni gozaré mirando la hermosura
de su expresivo rostro soberano.
¡Ay, que nunca a mis ojos tan hermosa
brilló cual hoy cuando de mí partía!
Jamás, jamás la olvidaré; una diosa,
la diosa del amor me parecía.
Sí, mi diosa serás, Laura adorada,
la única diosa a quien mi pecho amante
cultos tributará. Y, en adelante
en todo el orbe para mí no existe
más belleza que tú, ni más deseo:
adorarte será mi eterno empleo.
¡Oh Guadiana, Guadiana hermoso!
¡Oh río entre los ríos venturoso!
¡Oh mil veces feliz! Tú a Manzanares
su tesoro robaste. Placenteras
mirarán a mi Laura tus riberas
contemplando cuál pasan tus olitas,
y unas en otras sin cesar se pierden.
Pensativa al mirarlo, en mí la mente,
ocultará en tu rápida corriente
con mil lágrimas tristes mil amores.
¡Oh si después hacia Madrid corrieras!
a las suyas mis lágrimas unieras.
¡Ay! Dila, dila, cuando allí la vieres,
que eternamente vivirá en mi pecho
su inextinguible amor; que acongojado
la lloro sin cesar; que lo he jurado,
cuando la sien de abril ciñan las flores
iré a exhalar entre sus dulces brazos
todo mi corazón, y mil amores
en cambio a recibir; que ella constante
pague mi fe, porque en el mundo entero

no encontrará un amor más verdadero.

 Nicasio Álvarez de Cienfuegos



Como punto de partida es necesario apuntar que Álvarez de Cienfuegos casi podría ser considerado un escritor romántico (un primer vistazo nos permite ver un gran sentimentalismo, uno de los atributos más característicos del período romántico); lo único que lo aleja de dicho ámbito (en lo que respecta al estilo literario) son sus vestigios neoclásicos. Con todo, se le puede considerar un autor prerromántico. 

En tanto que el arte es una recreación selectiva de la realidad de acuerdo a un juicio de valor metafísico llevado a cabo por el artista (dicho de otra manera: lo que motiva al arte es mostrar), y en tanto el sentimentalismo exacerbado fue la característica que se tomó por distintiva y principal del Romanticismo, tenemos dos piezas que encajan y nos permiten discernir las intenciones y/o motivaciones de Nicasio Álvarez: poner en palabras, en un concreto perceptible, sus vivencias internas (las cuales él podría haber identificado o no; este poema sugiere que no). El foco de atención, en este caso, son los sentimientos. Más en concreto: su amor hacia una tal Laura, y el desamparo que le produce verse alejado de ella. El hecho de que no se refiera a su amada como una idealización ambigua sino como una persona concreta, con nombre propio, es significativo: refleja la individualidad y el arraigado sentimiento del yo románticos. 

Al centrarse Nicasio Álvarez en la vivencia de los sentimientos pero, al mismo tiempo, incurriendo en una actitud irracional (lo irracional viene de la negación a profundizar en la verdadera raíz: los valores), surge la contradicción que es casi otra seña característica del movimiento romántico.

¡Corazones de mármol! ¿A mi ruego
todos ensordecéis?

El mármol evoca lo completo, la pureza y lo racional. En estos versos, Álvarez de Cienfuegos se refiere a la frialdad de aquellos que la apartan de su amada. Y es importante este detalle: el poeta apela al lado sensible de los captores, ad misericordiam. O lo que es lo mismo: se comunica utilizando como base sus sentimientos; no como consecuencias, sino como motores primeros de los que derivan, entre otras figuras retóricas y siendo este el caso, interrogaciones y exclamaciones retóricas (que no son puntuales, ni mucho menos: se repiten con frecuencia a lo largo del poema: ¡Ay, ay que parte!; ¿Y corréis, y corréis?; ¡Almas de corrupción!). 

¡Ay! Entretanto que infeliz me quejo
ellos ya para siempre se apartaron;
mis ojos para siempre la han perdido;
y sólo en mis dolores me dejaron
el funesto carril por donde han ido. 

En estos versos puede apreciarse otro de los tópicos románticos: la recreación del poeta en su propio dolor, hasta el punto de que el resto de las cosas dejan de parecerle relevantes o incluso reales (sólo en mis dolores me dejaron). La misma idea está sugerida -aunque no tan clara como en esos cinco versos- en Astro del cielo, / oh sol, hermoso para mí algún día. El poeta nos dice que ha perdido la capacidad de sobrecogerse ante aquello que antaño le provocaba gran excitación emocional, pues ahora solo su dolor le sirve de guía. 

¡Almas de corrupción! Jamás quisieron
con la ingenua verdad, con la ternura,
con la pureza y la fogosa llama
con que mi pecho enamorado te ama.

Si bien dije más arriba que lo más certero sería referirse a Nicasio Álvarez como prerromántico, lo cierto es que estos versos son puramente románticos y no dan pie a equívocos: se extrapolan los sentimientos a un nivel universal, afirmándose el poeta como única persona digna del amor de Laura. Para ser más exactos, hay que decir que es así como lo siente el poeta. 

Otra muestra del Romanticismo incipiente del autor la encontramos en las figuras retóricas que emplea. En estos cuatro versos encontramos varios ejemplos:

En vano, en vano
cual relámpago el coche se adelanta;
en pos, en pos mi infatigable planta

cual relámpago irá, que amor la guía.

Tenemos dos geminaciones (en vano; en pos), la segunda de las cuales enlaza con un encabalgamiento hacia el cuarto verso (el cual, a su vez, es parte de un paralelismo con el segundo verso), en el que apreciamos una personificación -el amor como guía, como hilo conductor de la acción- y lo que, quizás, podría tratarse de un leve vistazo al movimiento romántico que estaba por venir: la referencia a la tempestad (a través del relámpago), a la tormenta (recordemos el conspicuo Sturm und Drang), como metáfora perfecta de su concepción de los sentimientos: contradictorios, súbitos, tempestuosos e ineludibles. En cuanto al propósito de las figuras retóricas de repetición, contribuyen a hacer hincapié en ciertos aspectos y/o conceptos que el poeta estima oportunos, así como por motivos de musicalidad y entonación.

Una aclaración: este poema está cargado de connotaciones sexuales, y es evidente porque lo carnal y lo "espiritual" (en el sentido de conciencia, de mente) han de ir de la mano si nos referimos a un amor propiamente dicho o, al menos, de las características que nos muestra el poeta. Creo que estos versos hablan por sí mismos:

Es mío, yo lo sé; que en tiernos lazos
mil y mil veces la estreché en mis brazos,
y al suyo uní mi corazón ardiente,
y juntos palpitaron blandamente,
jurando amarse hasta la tumba fría.

 En cuanto a la métrica y la rima, predominan los versos endecasílabos (arte mayor) combinados con rima consonante. Este es el aspecto en el que se nota el influjo del Neoclasicismo: en la forma de construir la métrica del poema.

lunes, 17 de marzo de 2014

El amor romántico

¿Cómo te sentirías si una persona tratase de apelar a tu amor diciéndote: "No significas nada para mí. No me importa si vives o mueres, pero tú me necesitas a mí y por eso te amo"? ¿Qué responderías a una petición de matrimonio del tipo: "Quiero casarme contigo por tu propio beneficio; no tengo ningún interés personal en ello, pero soy tan altruista que quiero que te cases conmigo solo por tu propio bien"?

Si alguno de los casos te suena a exageración, recuerda que esas son exactamente las consecuencias lógicas y finales de amar siguiendo premisas como "el amor está por encima de todas las cosas, incluso del interés personal" o "el amor es ciego" o "el amor es incondicional" o "el amor es desinteresado" o "el amor está por encima de la razón". Amar de esa forma compete a personas sin autoestima, código moral o, más frecuentemente, personas que fallan a la hora de identificar sus vivencias. Pero no encaja dentro de la descripción de amor romántico -como punto de partida, vuelvo a remitir a los errores de interpretación en torno al Romanticismo, a saber (muy en resumidas cuentas): el error de confundir antecedentes con consecuentes, que hizo a los estudiosos ceñirse al rasgo más claro, a simple vista, de los románticos: los sentimientos (pero, al contrario de lo que se piensa, no los sentimientos como un único primario e irreductible, sino como respuestas a valores).

Ante todo, tengo que decir que el amor romántico es una emoción propia y adecuadamente egoísta (egoísmo racional, más concretamente; se suele atacar al egoísmo irracional, si bien hoy día esta distinción no se emplea): amas a una persona porque él o ella representa un valor para ti, porque contribuye a tu felicidad personal. Es egoísta porque esperas de la otra persona un pago, una compensación por esa felicidad que le otorgas. ¿Cuál es la moneda de cambio en el amor? La virtud. Puedes aceptar los defectos de una persona, pero decides permanecer a su lado si, a la hora de hacer balance, lo bueno supera a lo malo. Amas a otra persona por sus virtudes, no por sus defectos, y solo si sus virtudes hacen que sus defectos sean, en comparación, insignificantes o irrelevantes. Amas a otra persona en la medida en que te ves reflejado en ella, en esa constitución abstracta, en esa corporización de los valores que dan forma a su carácter. En definitiva: te enamoras de ti mismo -o lo que más se asemeja a ti- encarnado en otra persona. La sensación que produce contemplar a la persona amada se puede traducir por "Esto soy yo".

Por otro lado, para que pueda darse una relación romántica es necesario el juicio de valores más despiadado por parte de los amantes, la búsqueda más implacable e incansable de la propia felicidad. Solo así es posible que uno mismo identifique sus ideales y motivaciones, sepa en qué consiste su personalidad y, en consecuencia, pueda advertir esos mismos atributos en otra persona. Requiere, a su vez, que el valor personal de uno mismo despierte en otra persona ese reconocimiento íntimo que, dependiendo de hasta qué punto dicho reconocimiento constituya un reflejo de tu persona en el ser amado, desembocará en un amor de una u otras características (teniendo en cuenta que podemos elegir nuestro propios valores, prioridades y, al mismo tiempo y para ello, efectuar juicios morales, tengo que concluir que el amor puede ser, en cierto sentido, medido; por mucho que uno se empeñe en negarlo, lo cierto es que no tratamos a todo el mundo de la misma forma y, por tanto, hay escalas de valor, tanto para el amor como para la amistad). No funciona al revés: el amor (el ser amado, en este caso), por sí mismo, no puede otorgarte valor personal -vuelvo al viejo error de confundir causa con efecto-.

Como ya mencioné, el amor romántico va íntimamente ligado a los valores personales: uno elige los valores que desea alcanzar y posteriormente establece los pasos que habrá de dar para alcanzarlos. Una persona que elija su sentido de la vida, su filosofía, de manera inconsciente -o predominantemente inconsciente-, absorbiendo ideas convencionales y eslóganes populares que le rodeen, acoplándose a convenciones sociales indemostrables que perduran por mera omisión y/o tradición, elegirá (aunque llegados a este punto, probablemente le de la sensación de no estar haciéndolo) a sus parejas sentimentales en consecuencia: de forma irreflexiva, súbita, a base de "flechazos". Una persona que ama de manera romántica -esto es, consciente y deliberadamente orientado a la valoración objetiva de las virtudes- se enamora de sí misma o de la mejor aproximación que encuentre (este proceso es aplicable no solo a personas sino también a obras de arte, trabajos u objetivos, en tanto estos constituyen una suma metafísica identificable; sin embargo, opino que su mayor expresión se da al amar a otra persona). Una persona que no tiene valores claramente definidos y carece de carácter moral no es capaz de apreciar a otra persona y, por ende, amarla. El amor romántico es una respuesta a valores. Uno se enamora de la suma esencial, de la postura fundamental y de la actitud hacia la vida -todo lo cual constituye su personalidad- de otra persona.

La confusión, el miedo y las desilusiones propias del amor convencional surgen a raíz del hecho de que el amor es la expresión de una suma filosófica subconsciente, y rara vez un hombre traduce su sentido de la vida en términos conscientes. Es posible que ningún aspecto de la vida humana necesite con tanta urgencia el poder consciente de la filosofía, ya que la respuesta emocional ante el alma (como sinónimo de mente, de conciencia) o lo que podemos identificar del alma de una persona es automática y difícil de discernir, no digamos separar en componentes y etapas.

Cuando las personas atacan esta postura y aseguran que el amor es más bien un asunto "del corazón", no de la mente, que el amor es aleatorio y, además, dura "lo que dura" por causas de química cerebral, es del todo comprensible (pero no excusable). La razón es la que apunté más arriba: el reconocimiento emocional ocurre demasiado deprisa y casi todo el mundo lo toma como algo dado, como una vivencia indivisible y que existe (como abstracción) por sí misma. A menudo nos es suficiente un simple vistazo para que otra persona nos sugiera -y, en este ámbito, la mera sugerencia puede adquirir un poder tremendo- esa suma abstracta de virtudes que nos parece deseable, en la que nos vemos reflejados. Y es suficiente porque toda persona se descubre continuamente: en cada palabra, en el tono de voz, en la forma de moverse, de mirar, de colocar su cuerpo, inclusive -aunque yo diría que en menor medida- en su forma de vestir, etc. No hablemos ya del tipo de arte que consume o de sus objetivos personales. Entre todos esos atributos existe una conexión lógica que viene determinada por la personalidad de cada individuo (todo esto es cognoscible, es decir, es posible adquirir dicho conocimiento). Presenciar uno solo de dichos atributos puede sugestionarnos y hacernos extrapolar dicha característica al individuo al completo. Por esto se habla tanto de "amor a primera vista". (Dejemos de lado a psicópatas, actores neuróticos y mitómanos, aquellos que portan una máscara perpetua. Las excepciones no hacen la norma).

El amor no constituye un sacrificio: es la afirmación más íntima de tus propios valores y necesidades. Necesitas a la persona que amas porque ella contribuye a tu felicidad, y amar teniendo constancia de que ello te supone un beneficio sentimental porque otorgas un gran valor a esa persona, es el mayor elogio, el mayor homenaje que puedes rendirle.

martes, 11 de marzo de 2014

Naturaleza y ejemplos del Romanticismo

Ejemplos de literatura, cine o sencillamente, arte romántico en general, son más comunes de lo que nos pueda parecer. Al margen de la concepción errónea de que el Romanticismo gira en torno a la muestra y supremacía de los sentimientos -como mencioné en la entrada anterior, el resultado de analizar los consecuentes sin tener en cuenta los antecedentes. Es lo mismo que intentar tratar un síntoma sin tener en cuenta la enfermedad que lo produce-, lo cierto es que muchas personas de mi generación han tenido a su alcance durante su infancia series, películas y libros dotados de un Romanticismo que, si bien en muchísimos casos se nos presentó de forma ambigua, eran románticos en esencia.

Teniendo en cuenta que los sentimientos son respuestas a valores y que dichos valores se adquieren tras un análisis racional, y que para obtener y/o conservar dichos valores es necesaria la acción, enseguida encontramos ejemplos: cada vez que vemos un personaje de ficción peleando -generalmente a largo plazo- para obtener un beneficio material y/o espiritual, logrando objetivos, salvando obstáculos para la consecución de una meta clara, definible y coherente -la coherencia viene dada por la ausencia de contradicciones entre las palabras del personaje (cómo expresa sus deseos y planes) y sus actos (cómo procede a la hora de alcanzarlos)-, precisamente aquí estamos siendo testigos de la piedra angular del Romanticismo.

Como ya mencioné, el rasgo más fácil de identificar en casi cualquier obra romántica es el sentimentalismo exacerbado del que el autor [romántico] hace gala: paisajes tremendos, dantescos, turbulentos (la tormenta es un recurso esencial); colorido llamativo; exclamaciones e interrogaciones retóricas; resistencia profunda a identificar el origen de los sentimientos, prefiriéndose el regodeo ante la supuesta inefabilidad del ámbito interior (mental y sentimental), etc. No por ello este rasgo deja de ser vital en cualquier obra romántica (a través de los sentimientos experimentamos la vida, y éstos funcionan como una suerte de combustible: nos permiten vivir el goce metafísico de ver nuestros ideales cumplidos, o de disfrutar de nuestro avance, o de ver reflejada nuestra propia persona en otro ser humano, o en una tarea, un trabajo, innumerables entidades y/o acciones -esto es, de hecho, lo que nos hace amar-, entre infinitas posibilidades más), pero insisto en que éste no es su rasgo definitorio. Al ser -ciñéndonos a la definición de aquellos que se empeñan en invertir causa y efecto- los sentimientos indefinibles, inexplicables, oscuros e irracionales, las personas tienden a desechar los ideales que pueden anidar tras una obra romántica y a limitarse por lo concreto. Se verá más claro con este ejemplo: cuando un niño -se presupone que es un niño que ya sabe hablar y, por tanto, ha realizado un cierto número de uniones conceptuales en su mente- le dice a su madre que quiere ser como Goku, y la madre le responde a esto, ora divertida, ora irritada, ora con una mezcla de ambas: "¡No digas tonterías, eso es imposible para nadie!", esa madre está limitada por lo concreto. El niño sabe -aunque sea de forma introspectiva y subconsciente, y aunque la madre en particular piense lo contrario- que no puede ser como Goku literalmente (hablamos de un personaje de ficción que destruye montañas con sus propias manos), pero no es esa su expectativa. Quien haya visto la serie animada o leído el manga de Dragon Ball -sigo con el ejemplo de antes- sabrá que Goku jamás para de entrenar, jamás se desanima ante la adversidad (más bien justo al revés), jamás pierde su pasión por mejorar, por ejercitar, por ser un guerrero más competente y eficaz. Esta es precisamente la actitud que seduce y despierta el interés del niño, esa idea: la idea de que el esfuerzo tiene su recompensa, así como el convencimiento de que él mismo es capaz de mejorar y triunfar en el ámbito que desee si persevera y mantiene una actitud basada en buscar la felicidad y no en huir de la tristeza, y si toma en consideración los pasos que habrá de dar para alcanzar sus objetivos. Así es como lo siente un niño, pero son extremadamente peculiares aquellos niños capaces de traducir todo esto a términos conscientes.

¿Por qué, entonces, el arte romántico suele decantarse por hipérboles gigantescas en lugar de presentar dichas actitudes en términos "realistas"? (Más adelante explico las comillas) Porque uno puede ser un éxito en el deporte, un gigante económico o la persona con más conocimientos del mundo, pero jamás podrá partir montañas o planetas solo con fuerza física -lo fascinante es que tal vez no pueda hacerlo con pura fuerza física, pero a día de hoy sí que existe la tecnología suficiente como para volar montañas e inclusive nuestro propio planeta-. La respuesta es sencilla: para resaltar lo más posible dichos sentimientos (los cuales, no me cansaré de repetir, son efecto y no causa), haciéndolos accesibles a todas las edades y niveles de cultura.

Otro ejemplo: cuando el protagonista de la serie animada Tengen Toppa Gurren Lagann, Simon, sale de su universo -literalmente- para encararse con otro universo entero -un antagonista representado por un universo al completo-, no vemos miedo o dudas en sus palabras o en sus acciones, a pesar del tamaño de su rival. Pero esa no es la cuestión: en esa escena vemos a un Simon adulto, sin miedo a nada y con una voluntad infinita; de niño era lo diametralmente opuesto, y a lo largo de la serie presenciamos dicha evolución. Pasa como en Dragon Ball o en cualquier obra que magnifique las acciones de los personajes: en los capítulos finales de Tengen... los contrincantes se arrojan galaxias, y cualquier ser humano que haya articulado cuatro frases en su vida sabe que eso no puede hacerse de ninguna manera. Empero, no es eso lo que se absorbe ni lo que seduce, sino la idea de que uno puede vencer sus miedos y mejorar en lo que desee siempre y cuando se lo proponga y actúe en consecuencia, racionalmente (huelga decir que el valor de Simon no le cae del cielo ni lo desarrolla de la noche a la mañana: constituye un logro personal que le cuesta años de pruebas durísimas, esfuerzos y pérdidas, y este es precisamente el elemento más importante y realista de toda obra romántica que se precie).

Más allá de atacar lo concreto (los poderes semi-divinos de Goku o la maquinaria galáctica de Tengen...), muchos opositores del Romanticismo -de los cuales probablemente casi ninguno sepa a qué ataca en realidad- tienen la desfachatez de gritar que lo que es imposible es la misma base y razón de ser del Romanticismo, a saber: la voluntad humana (suelen ser muy corrientes los argumentos de tipo determinista, los cuales alegan que en realidad no decidimos nada por nosotros mismos y que todo es un conglomerado de convenciones sociales sincrónicas de las que nadie escapa). Porque quizás algunas actitudes hacia la vida se les tornen inalcanzables, como la pasión constante e implacable de perseguir un sueño, pero basta con preguntarles "Imposible ¿para quién?". Ante eso no hay una respuesta coherente, pues la voluntad humana es virtualmente ilimitada, porque la ambición de un hombre racional jamás deja de crecer, y esto no es una cuestión de opiniones sino de entenderlo o no entenderlo. Esta es la explicación sobre por qué puse la palabra realistas entre comillas: porque ningún sueño es demasiado grande, y esta no es una metáfora vacía, es algo literalmente cierto.

Cierro con esto: desde luego que no somos infalibles -y tenemos la capacidad de darnos cuenta de ello-, pero de eso no puede traducirse que estamos impotentes e indefensos ante la naturaleza y/o ante nuestros semejantes, ni significa que la capacidad volitiva humana sea una mentira por el hecho de que no somos omnipotentes. Y precisamente por esto hay que decirle a todo enemigo del Romanticismo que esta escuela de arte no hace que las personas pierdan el contacto con la realidad, más bien al contrario: proporciona armas muy importantes para encarar la vida.