En primer lugar he de dejar claro que rechazo la noción determinista absoluta: aquella que afirma que no existe el libre albedrío, que lo único que somos consiste en una suma incoherente y aleatoria dada por nuestro ambiente. Dicha teoría aseguraría que el motivo de mi reflexión no es sino el resultado de factores externos sobre los que no poseo control alguno, y también que mi ambiente me ha obligado a adoptar esta postura, y probablemente así podría rizarse el rizo, apelando, final e inevitablemente, a una suerte de poder superior inefable, indemostrable e ineludible. Racionalizaciones de este tipo hicieron posible (entre otras muchas consideraciones perniciosas) el surgimiento de las religiones. Pero no es ese el tema que me interesa ahora.
Reconozco que el determinismo juega cierto papel en nuestras vidas (aunque en forma alguna le otorgaré jamás esa supremacía irresistible en la que creían personajes como Kant o Zola), pero el libre albedrío, la capacidad de volición, limita severamente su radio de alcance e influencia. Digo más: una vez uno llega a la edad adulta con ciertos principios sólidos, propios (no es necesario un conocimiento vasto y al detalle de cada sutileza moral y/o conceptual; basta con una pizarra metafísicamente limpia, como puede ser el comprender que no hay nada que ningún individuo tenga que hacer en esta vida salvo morir), siendo capaz de emitir juicios de valor y éticos para lidiar con la realidad, las personas, el mundo, las circunstancias y uno mismo (repito: es irrelevante el grado de efectividad siempre y cuando a uno le funcione), el determinismo pasa a un segundo plano. La prueba de la no-omnipotencia del determinismo es el hecho de que podemos observar todo esto desde fuera (ya me conozco aquello de "pero siempre vas a ser subjetivo porque emites el juicio desde ti mismo, y eso influye en la conclusión". Pero pasa algo: también tenemos la capacidad de captar este hecho y actuar en consecuencia, con el mayor cuidado posible, en aras de preservar la objetividad).
Sin embargo, pese a no ser -no puede serlo, por definición- una fuerza absoluta en ninguna etapa, sí que hay una donde el peligro acecha y el riesgo que se corre es mayúsculo: la niñez más temprana, concretamente en la etapa de adquisición del lenguaje, de formación de los primeros conceptos (haría mayor hincapié en la etapa de adquisición de conceptos de abstracciones, como puede ser el concepto de "mobiliario" frente al concepto de "silla", que es una abstracción de concretos directamente perceptuales). En resumen: el momento en que comienza la elección del niño.
Desde los años más temprano, buscamos. Nos hacemos preguntas sobre el ser humano y la existencia. Por nuestra naturaleza (véase: capacidad potencial de razonar, voluntad, reconocimiento personal y existencia como ser biológico mortal, con características objetivas) necesitamos una visión del hombre y el mundo, necesitamos algo que integre todas nuestras acciones, un principio fundamental que subyazca tras cada decisión, tras cada acto, tras cada interacción con otros mortales. Necesitamos, sintetizando, una filosofía, o como mínimo un sentido de vida. Se trata de una búsqueda personal, intransferible. Se trata de un camino que, si aspiramos a ser felices, debemos recorrer solos: de manera independiente, con un juicio independiente y a través de un proceso de pensamiento independiente y racional.
Pero reconocer esta verdad no es algo que ocurra de forma automática. En mi caso, el camino ha estado pavimentado de baches, y he tardado más de lo que me gustaría en alcanzar cierto entendimiento -esto no es un ejercicio de autocompasión, es simplemente algo que he observado y que sé que es cierto, independientemente de si me hace sentir mejor o peor-. Estos principios no son solo abstracciones idealistas inaplicables a la realidad. Son, de hecho, armas contra lo irreflexivo, lo irracional, a la par que herramientas para propósitos constructivos, para lograr objetivos, para hallar la coherencia detrás de la mascarada masiva de esta era de cinismo e hipocresía.
Todo niño debería ser educado en esta dirección. Y que nadie se confunda: no es cuestión de obligarle. Este es uno de los muchos errores, tanto de definición como de aplicación, que se cometen hoy día. El concepto de "obligación" hace referencia a una imposición irreflexiva en el desarrollo del niño. Observa el matiz: si, racionalmente, dentro del ámbito de conocimiento del niño, le das ejemplo de lo que supone una mente racional e independiente, le ofreces un modelo de autoestima, le enseñas que su mente es válida para tratar con los problemas, le estimulas, le dejas libertad para acertar y también para equivocarse, para aprender de la experiencia (en definitiva, para intentarlo lo mejor que pueda y mejorar en consecuencia), el niño lo absorberá. El concepto de obligación hace imposible todo esto.
Aquello de "la mente de un niño es como una esponja" es mas cierto de lo que se suele pensar. Y hay que tener conocimiento de que una esponja puede absorber agua limpia de la misma forma que puede absorber veneno. Con respecto al modelo de educación antes descrito, hincapié en que nada de eso debe imponérsele al niño, en ningún momento. Se le muestra, y en última instancia se le persuade (persuadir con argumentos lógicos y reales no es manipular, a todo esto; y nadie nace con ninguna idea innata, por lo que no es que cada niño sea la personificación genética y natural de un haragán, un dipsómano o un dictador, y sea el deber sagrado del padre o la madre luchar contra ello a toda costa, aún a riesgo de atacar el libre albedrío del niño en esta etapa en la que tan indefenso está).
Luego expondré más a detalle lo que considero son las bases correctas en la educación de un niño, pero ahora acabo de tocar un punto que también me interesa: el modo incorrecto de proceder (no es un modo concreto sino más bien la mescolanza de diversas pautas que, estando presentes en mayor o menor medida, en combinación con unas u otras, etc., determinan cuánta sangre perderá el niño en el proceso, y si el sangrado sobrevendrá de uno o pocos tajos brutales o si consistirá en múltiples y pequeñas heridas a lo largo de los años).
En esta línea cité la obligación como uno de los métodos a evitar -el niño elegirá por sí mismo una forma coherente y racional de analizar la realidad y lidiar con ella siempre se le inculque correctamente, con serenidad, sin apelar a las emociones ni utilizarlas en su contra. Pretender que alcance esto por obligación es una contradicción en términos-. Y en la última digresión he tocado otro método indeseable: hacerle sentir al niño una culpa inmerecida, utilizando en su contra sus propios sentimientos, los cuales -salvo muy contadas excepciones- un niño no es capaz de interpretar (de hecho, muchísimos adultos tampoco). En este punto de su desarrollo, no son necesarios largos y elocuentes discursos para corromperlo. Basta con exponer las racionalizaciones y creencias propias con cierto ímpetu, apelando a la recepción emocional del niño. En otras palabras: inculcarle "virtudes" impracticables a la fuerza, utilizando como razón y método de persuasión los sentimientos propios: una mirada de advertencia cursada con cierta dosis de pánico, una amenaza velada, o bien una más explícita que gire en torno a consecuencias irreales que sobrevendrán al niño en el futuro si no obedece (el extremo de esta forma de "educar" es amenazar con el infierno, por ejemplo). Y todo ello sin ofrecer bases lógicas que soporten todas estas premisas. Una vez se ha inoculado en el niño una supuesta virtud, es posible apelar a ella para invocar su sentimiento de culpa.
Un ejemplo muy claro es la dicotomía altruismo-egoísmo. El altruismo implica que uno se sacrifique en aras del beneficio ajeno, y es necesario recalcar la palabra sacrificio: renunciar a algo de valor personal para el bienestar, la conformidad y/o el beneficio de otros: poner la felicidad de los demás por delante de la propia. Esto se sigue exhibiendo como una virtud. Imagina esta circunstancia: le regalas a tu hijo pequeño su primer juguete. Él ya sabe hablar. Maneja cierto número de palabras, no está en blanco epistemológicamente hablando. Camina, habla, imagina. Ya es capaz de disfrutar con su primer juguete. ¿Qué le dirías al entregárselo? Podrías decirle: "Toma este juguete. Juega con él y compártelo si quieres". También: "Toma este juguete. Si otro niño con una familia más pobre, menos capaz, te pide que se lo prestes (más aún: que se lo regales), sería muy noble por tu parte hacerlo". Otra: "Toma este juguete. Tienes el deber de dejar que otros niños jueguen con él o dispongan de él, aún si a ti te gusta y lo estás utilizando. No seas egoísta" (si cada padre o madre que ha empleado alguna vez con su hijo palabras semejantes a las de este último ejemplo supiese siquiera vagamente el daño que esto puede ocasionar en su desarrollo, probablemente se suicidarían sin más. Los hay mezquinos e hijos de puta que, en realidad, conocen este efecto y lo buscan deliberadamente. Esos van aparte; ni siquiera sé si catalogarlos como humanos).
Pero aquí ocurre algo que todos, hijos y padres por igual, deben saber: el altruismo es nocivo e indemostrable (no: los grandes logros de la humanidad no fueron posibles gracias al altruismo, si te estabas sacando de la manga ese argumento. George Washington no destruyó la tiranía en el norte de América por altruismo: buscaba defender sus propios derechos y construir un mundo mejor para él y los suyos. Eso redundó en beneficio de muchos, y fue un acto de genuino egoísmo. Lo mismo con los inventos de Thomas Edison. No buscaba iluminar al mundo por su espíritu altruista: sus investigaciones, su afán científico y su curiosidad dieron luz -nunca mejor dicho- a la bombilla y demás inventos. No pongo más ejemplos porque sería ridículo, solo digo que estos avances y logros no son causas sino efectos que, de hecho, el altruismo hace imposibles).
Que no se confunda el altruismo con bondad o buena voluntad, con solidaridad o con sentimiento de fraternidad. Si eres bueno con otras personas porque eso te produce un placer personal, si ayudas solo a quien quieres ayudar y quiere dejarse ayudar, a un ser querido (una persona que contribuye a tu felicidad) que sabes que es bueno y que está sufriendo sin ser su culpa (por ejemplo), por muy duro que sea el camino que recorras para ayudarle, nada de esto es sacrificio si te aporta felicidad real, consistente y coherente con tus premisas, y si de verdad quieres hacerlo; esto es del todo incompatible con la idea del altruismo, que especifica que debes vivir y establecer tus sentimientos en base a otras personas, lo cual hace extremadamente frágil y pasajera tu felicidad, al no estar enfocada a ti mismo sino a otros. Si tuvieras la vida de tu mejor amigo en una mano y la vida de un desconocido en la otra, la doctrina del altruismo te exigiría salvar al desconocido y condenar al amigo. Eso es el altruismo, y esa es la supuesta virtud que muchos padres inculcan a sus hijos. De esta forma, se transfiere al niño la idea de que tiene que ceder lo que es suyo ante argumento falaces ad misericordiam cuya piedra angular es la necesidad de otro niño cualquiera que no tiene el juguete y lo quiere sin más, porque es desdichado si no lo tiene (un claro ejemplo de egoísmo racional versus egoísmo irracional). Lo que de niño implica ceder sus juguetes, de adulto quizás le suponga no avanzar al tope de su capacidad por temor a entorpecer el trabajo de individuos menos capaces, o rechazar un buen puesto de trabajo para que un competidor menos hábil y más humilde pueda acceder a él, o que elija a sus parejas sentimentales en base a la compasión que otras personas despiertan en él o, en el peor de los casos, sencillamente matar toda ambición en él, sin más. Todo ello es posible si la idea del altruismo como virtud echa raíces en su conciencia y en su subconsciente. Al mismo tiempo, al ser impracticable esta forma de vida -te reto a que encuentres una sola persona altruista que de verdad sea feliz-, el niño sentirá una culpa inmerecida a causa de su egoísmo: la orientación hacia sus propios deseos e intereses, todo lo cual, según le han dicho, es malvado y debe evitarse. El egoísmo (siempre que sea racional, justificable) le otorgará una realización y un bienestar que el altruismo jamás podrá concederle. Ser egoísta racional, que no un adorador irreflexivo del capricho del momento inmediato a la manera que planteaban personajes como Nietzsche, no implica una conducta antisocial, no implica ser una criatura que va por el mundo avasallando y sembrando el dolor en aras de sus intereses. Implica ser consecuente y honesto con uno mismo, así como lo más difícil de este mundo: hacer lo que uno quiere (sin robar, matar, esclavizar, manipular a otros; si uno es egoísta racional es porque comprende la naturaleza de sus derechos fundamentales, y al aplicarlos al contexto de su propia vida adquirirá la capacidad de extrapolarlo a otros hombres y reconocer, en consecuencia, los derechos ajenos), no lo que los demás quieren, no lo que la sociedad ladra, no los dictámenes de una ética cuyo único respaldo es el consenso de muchos individuos que, al no tener valentía ni sangre para vivir su propia vida, se creen con el derecho de decidir hacia dónde se encaminará la vida del resto de las personas, en mayor o menor medida. Los niños que logran soportar esta quimera bastarda de culpa sin sentido y defender su independencia son casos inusuales y extraordinarios, pero sumamente alentadores: se trata de la visión de un héroe en su edad más temprana. Con todo, no se puede esperar esto de un niño común. Lo más sensato es ofrecerle las herramientas para que él mismo alcance sus propias conclusiones.
Volviendo al ejemplo del juguete, esto es lo que yo le diría a un niño: "Toma este juguete. Es tuyo. Cuida de él, arrójalo al mar, lo que de verdad te haga feliz, pero es tuyo. No lo cedas a ningún llorica; jamás te sientas obligado a hacerlo. Compártelo si quieres y con quien quieras, pero no olvides esto: el juguete es tuyo". Siendo quien soy, no podría -ni querría, pues me saldría del todo natural- evitar el orgullo que destilo por cada poro de mi cuerpo cuando proclamo en voz alta: "Esto es mío", o "Este soy yo". Esto es lo que querría que mi hijo captara. Compara tú mismo las diferencias de base entre una educación egoísta y una altruista. Uno busca una recompensa; el otro, librarse de un castigo. Uno busca el placer; el otro, huir del dolor. Uno busca vivir la vida; el otro, evitar la muerte. Observa cuál es el centro de la motivación detrás de cada uno.
La dicotomía altruismo-egoísmo es solo un aspecto de la educación, pero uno de los más cruciales. Otras es la dicotomía teoría-práctica: enseña a tu hijo a base de eslóganes como "X cosa funciona en la teoría, pero no en la práctica", y muy probablemente el resultado será un individuo limitado por lo concreto e incapaz de manejar abstracciones tan elevadas como el valor, la bondad, la ambición o la propia virtud. Enséñale que las teorías son una serie de pautas para guiar las acciones y que su única validez reside en cómo se aplican en la práctica, y muy probablemente resultará un hombre sin fisuras en su forma de analizar y percibir su entorno.
Enséñale que no hay verdades absolutas, que ya puede persuadirte con la mejor de las tesis pero que, al final, eso es "solo su opinión", que debería ser capaz de llegarse a un acuerdo, un "término medio" entre un liberal libertario amante de su trabajo y de su vida y un comunista que busca esclavizarlo y asesinarlo en beneficio del pueblo, y tendrás a alguien que duda de su propia mente y de sí mismo, que se deja dominar por sus emociones -lo único que le parecerá real en el mare magnum de "solo opiniones"- y que siente pánico a la hora de iniciar un proyecto que demande un esfuerzo intelectual independiente a largo plazo. Enséñale que su mente es válida (pero no infalible, ojo; el libre albedrío lo impide, así como la imposibilidad de manejar todo el conocimiento que existe) para resolver problemas y trazar planes, y crecerá con seguridad y confianza en sí mismo, en su propia capacidad de aprendizaje. Enséñale que en el ser humano anidan los mismos instintos que en cualquier animal y tendrás un sujeto amoral, caprichoso y puede que hasta misántropo, que además se avergonzará de todo cuanto le comporte placer, achacándolo a sus instintos más bajos y denigrantes. Enséñale que no hay ideas ni tendencias innatas, que hacer el bien o el mal es decisión de cada uno, y de adulto portará un rostro limpio, libre de culpa y de resentimiento, capaz de valorar a otras personas y establecer relaciones sanas con ellas.
Enséñale que el amor es incondicional y será incapaz de amar. Enséñale que para amar es necesario un juicio de valor por parte de los amantes y sus relaciones amorosas tendrán coherencia, significado y estarán repletas de dicha.
No hacen falta sutilezas enrevesadas ni amalgamas ininteligibles para educar correctamente a un niño, si bien hay que recordar en todo momento que se trata de una tarea extremadamente delicada.
Otro aspecto importante: se cita demasiado a menudo la nauseabunda premisa de que a los niños, por naturaleza, les disgusta el estudio. Y vuelvo a lo de antes: si le obligas, si le fuerzas a ello con "argumentos" del tipo "es por tu bien" (sin especificar jamás en qué consiste ese "bien". "Bien" ¿para quién?), "porque sí", "porque lo digo yo", etc., el subconsciente del niño responderá "Por mis cojones", pero su ámbito consciente se bloqueará, se ofuscará, comenzará a acumular una carga que nadie debería llevar. Si a eso le añadimos que la educación moderna parece aspirar más a mutilar la curiosidad del niño que a estimularla, sugiriéndole constantemente que los años de estudio son un mal trago por el que ha de pasar y punto, forzándole más a memorizar que a razonar por su cuenta, el nudo en torno a su cuello termina de ajustarse. ¿Alguna vez te han ridiculizado otros niños (siendo tú uno) por querer estudiar, o has visto a algún niño en dicha situación? Conozco perfectamente la respuesta.
Puedes hacerle a tu hijo el favor de enseñarle que la grandeza existe y es posible. Que, a priori, ningún hombre es mejor que otro, pero que a posteriori la cosa cambia: nuestras acciones pueden situarnos en una posición de superioridad e inferioridad moral con respecto a otros. Empero, esto le es indiferente a una mente que piensa y juzga por y para sí misma, que rechaza medirse como una parte de algo. Enséñale que la comedia es una virtud inestimable, pero que si se ejerce ilimitadamente, si pretendes que se ría de todo, caerá en el cinismo y jamás experimentará la sensación de admirar a alguien o de forjarse héroes (se logra, pues, una de las más viles contradicciones: la risa, exponente de la alegría humana, convertida en arma de destrucción; porque si te ríes, sin distinción, tanto de un inventor prodigioso como de un toxicómano, pierdes la capacidad de valorar). Ensalza en el alma de tu hijo la alegría y el orgullo de vivir: enséñale a ser libre, por mucho que te asuste la idea de libertad. Pon a su disposición sentimientos universales, plasmados en personajes como Howard Roark, Hank Rearden o John Galt, construcciones abstractas de como podrían y deberían ser los hombres, al margen de los pantanos de lo cotidiano. Haz que tenga curiosidad, que no tolere preguntas sin respuesta (cuidado: que no sienta el deber sagrado de responder histéricamente a cada incógnita en el momento inmediato, pues ciertas cuestiones llevan años de reflexión y experiencia y forzar una respuesta precipitada le puede hacer incurrir en respuestas incorrectas. Él mismo debe elegir el camino, una vez haya visto y captado el ejemplo).
No uses con él palabras o expresiones ambiguas que conduzcan a mil interpretaciones subjetivas, tales como metáforas vacías o lugares comunes sin sentido. Háblale clara e inequívocamente (no "como a un adulto". Repito: clara e inequívocamente), que se consoliden sus enlaces con la realidad (el lenguaje). No dejes su educación en manos de personas que no son dignas de tu confianza: entrevista personalmente a cada uno de sus profesores (o dale tú mismo una educación, lo mejor que sepas; el ser autodidacta, a todo esto, no es un don mágico disponible solo para algunos privilegiados. Es, como todo, algo que se aprende), y da media vuelta ante la más mínima señal de mezquindad intelectual por parte de ellos, o indolencia con respecto a la importante labor que implica enseñar, formar mentes jóvenes. No incitaré nunca a nadie a ser paranoico (la paranoia no es buena aliada), pero eso no impide que vaya a sugerir una concienzuda precaución. Apunta esto: lo creas o no, muchos profesores se imponen el objetivo de mutilar mentes jóvenes por el puro y desnudo placer que sienten al destruir y ejercer dominio sobre otros. Esto es un hecho: la gente malvada existe y se puede hallar en cada sector, lo cual es razón de sobra para ser cauto si lo que está en juego es la educación de tu hijo. Otros profesores mutilan mentes sin quererlo realmente, ya sea por omisión -seguir la tendencia educativa del momento, al margen de que sea efectiva o no- o porque de verdad fracasan siendo buenas sus intenciones. Quizás este último grupo (los que lo hacen por omisión tampoco tienen excusa) no tenga culpa, pero tú tampoco la tienes, y mucho menos tu hijo.
No arrojes a tu hijo al mundo con la mente vacía, pues dicho hueco será un reclamo perfecto para demagogos y demás escoria que pretendan rellenarlo con falacias y contradicciones, siendo su única intención dominar, ejercer poder sobre esa mente que se siente desdichada por estar vacía. Una mente sin contenido y una mente con ansias de poder sobre otras personas constituyen reclamos naturales y recíprocos.
Pero, por encima de todo, no le prives de su arma más preciada: la razón. No le enseñes que la razón es limitada, pues esto es falso. Que los hombres fallen o no sepan aplicar la lógica al cien por cien y en cada circunstancia es solo prueba de la falibilidad del ser humano, pero no afecta a la capacidad ilimitada de la razón en sí misma. No, no sirve el argumento de que la lógica es producto del hombre para ser utilizado por el hombre y, por extensión, igualmente falible. El ser humano no inventó la lógica: la descubrió. Enséñale a pensar primero y a sentir después, pues los sentimientos, pese a poder ser maravillosos, pese a ser el medio a través del cual experimentamos la vida, no son causa sino efecto, y de ninguna manera sirven como herramientas de conocimiento. Enséñale a lidiar y forjar sus propios pensamientos, no a tratar de adivinar el pensamiento del cerebro del vecino más próximo, no a buscar respuestas a través del consenso ideológico. Esto es: enséñale a ser un intelectual individual.
Enséñale a proclamar con orgullo y valentía: "Soy un ser humano, un fin en sí mismo que existe primordialmente por y para sí mismo, y son objetivos y me son inalienables el derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad."
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