Hace unas semanas llegó a mi conocimiento la existencia de una sustancia natural conocida como dimetiltriptamina, DMT para los amigos. No poseo estudios de química ni de biología ni de ninguna disciplina científica en la que pueda incluirse el estudio profundo de esta sustancia. No obstante, adelanto que se trata del alucinógeno más potente conocido, y como ya he dicho, de origen natural -los seres humanos segregamos pequeñas cantidades al dormir, y en mayor medida cuando se acerca el momento de nuestra de muerte- y con una estructura bastante simple.
No estoy aquí para impartir "lecciones de DMT", habida cuenta, en primer lugar, de que no dispongo de la información suficiente como para ofrecer nuevos datos sobre la DMT; lo que me lleva a la segunda razón: este tema ya tiene su sitio en Internet, y no me apetece parafrasear lo que Wikipedia u otros lugares de la red dicen al respecto. Mi intención es compartir algunas pequeñas reflexiones que hice al conocer los efectos de la DMT en las personas humanas (invito a todo el que lea esto a investigar por su cuenta; os aseguro que no es algo que deje indiferente). Dichas reflexiones giran en torno a un tema que mucha gente prefiere ignorar, por un motivo u otro: las drogas.
La curiosidad forma parte del conjunto de valores del ser humano, y aquello de "la curiosidad mató al gato" me parece una gilipollez manifiesta. Para inmiscuirse en el mundo de las drogas solo hace falta tener en mente una sencilla premisa: "Controla a la drogas y no dejes que ellas te controlen a ti". Por supuesto que existe la adicción, y dependiendo de la persona podemos observar distintas tendencias a un comportamiento más o menos adictivo. También existe la creencia inexplicablemente generalizada de que es imposible resistirse a las sensaciones que ciertas drogas ofrecen, siendo la consecuencia el terminar dependiendo de dichas sustancias. En pocas palabras, los hay que piensan que al primer porro que te fumes o a la primera raya que esnifes vas a convertirte en drogadicto, tarde o temprano. Esas personas también deben pensar que la voluntad humana es un cuento, pero en fin.
Desde mi punto de vista, todo esto es pura mierda. Poseyendo cierto nivel de voluntad, madurez y autodominio se puede, si así lo desea uno, probar aquellas drogas que más susciten su curiosidad. Por otro lado, pido al lector que baje un poco el romanticismo y haga oídos sordos a ciertas afirmaciones disparatadas sobre las drogas que, si bien están revestidas de gran valor literario, nos pueden llevar al desastre si pretendemos extrapolarlas al mundo real. Un ejemplo es el discurso de Eusebio Poncela en Martín (Hache): "Me gustan las drogas porque te abren la mente [...]. Tú eres un lúcido total, como yo, tienes el deber de probarlas".
Error fatal. Las drogas no son para todo el mundo. Es el más serio de los placeres y debe tratarse con cuidado y respeto, pero jamás con miedo. Si te embarcas a consumir drogas con dudas o miedo, solo lograrás alguna que otra mala experiencia o, en el peor de los casos, acabar enganchado y lleno de odio hacia las drogas y hacia ti mismo. Ahí no hay cabida para el placer; porque como todo placer en esta vida, las drogas poseen un doble filo: si bien pueden brindarte momentos de auténtica felicidad, también tienen la capacidad de consumirte si abusas de ellas. Esto es algo obvio pero que la gente parece olvidar, lo que lleva a demonizar a las drogas cuando en realidad se debe demonizar a las personas. Al igual que otras sustancias (como el tabaco o el alcohol), no se crearon o se expandieron -dependiendo de si hablamos de drogas naturales o artificiales- para llevar a cabo un genocidio definitivo. En un primer momento, fueron consideradas como remedios para ciertas dolencias, como es el caso de la marihuana. Pero con el paso del tiempo el hombre ha ido madurando y vio que podían servir para, huelga decirlo, obtener dinero, sí, pero también para facilitarnos el acceso al placer, algo indispensable en esta vida teniendo en cuenta que solo tenemos una.
Somos racionales y a nuestro alcance está la opción de controlar nuestros actos. Dejando al margen a aquellas personas aplastadas por la droga debido a auténticas razones de fuerza mayor, lo cierto es que si alguien como yo, por ejemplo, que afortunadamente he tenido las comodidades básicas, cae en la drogadicción es porque quiere, sin más. Sé que esta afirmación me puede hacer parecer arrogante, ignorante, megalómano, todo lo que se os ocurra. Pero haced examen de conciencia y veréis que tengo, si no toda, al menos una considerable parte de razón.
El placer está ahí, y está ahí por y para algo. Todo esto que he escrito lo puede deducir cualquiera con dos dedos de frente. No me gusta dar consejos; prefiero orientar, por así decirlo. Así que si sientes una curiosidad desmedida por ciertas drogas, a modo de orientación te resumo todo lo que ya he dicho: ten la cabeza fría, no seas inconsciente y recuerda que todo tiene su momento y su lugar. Pero ante todo, no tengas miedo. Eres humano y puedes -y lo harás- cometer errores, pero eso no te exime de responsabilidad ni de culpa; porque si las drogas te destruyen, si permites que sean una parte excesivamente importante de tu vida, si giras en torno a ellas en lugar de hacer que ellas giren en torno a ti, dándote placer -pero no a costa de tu salud y tu funcionamiento-, la culpa es tuya, no de las drogas. Ten presente que, de no llevar el control, primero se consume por placer, después por costumbre y finalmente por vicio.
No me sean brutos: no estoy incitando a nadie a drogarse. A aquel que sea tan susceptible y transparente como para dejar que mis palabras despierten en él un deseo animal y primitivo por drogarse, más le valdría reunir a un grupo de personas para iniciar en periplo en búsqueda de los diecisiete tornillos que le faltan. Si he escrito esto ha sido, primero y fundamental, porque me apetecía. Y segundo, porque nunca se sabe. Igual estas líneas ayudan a alguien. Nada podría halagarme y alegrarme más. He intentado ofrecer una breve orientación para quien sienta la sana curiosidad de experimentar. El resto es cosa vuestra.
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